Actuar pareciera ser una de las funciones vitales que aprendió durante la niñez,
un hábito naturalizado. Ricardo Darín nació hace medio siglo en el seno de una familia vinculada al espectáculo, debutó con sólo diez años en una obra de teatro en la que trabajaban sus padres, dejó la escuela secundaria a medio hacer para dedicarse por completo a la interpretación y nunca dejó de hacerlo.
Actualmente hay dos trabajos suyos en cartel en Montevideo, el impecable
protagónico de XXY (2007) la ópera prima de Lucía Puenzo, y su actuación y debut como director de La Señal.
La señal es una película tan correctamente hecha sobre una historia lo suficientemente débil, como para que la herramienta y el artificio artístico se impongan sobre el argumento. El hecho de haber dirigido por primera vez lo conmueve, pero no lo mueve de su ruta instintiva, improvisada al paso.
¿Es cierto que piloteaste un avión con tu padre a los 7 años? ¿Te acordás lo que sentiste?
-(Risas). Sí, es cierto ¡Cómo no me voy a acordar! Es uno de los recuerdos más fuertes que tengo de toda mi vida.
¿Qué sentiste?
-Una mezcla de emoción, cagazo, alegría, respeto de mi padre hacia mí, no sé, fue una cosa tan fuerte, porque mi papá era instructor de aviación, no estaba loco, era un gran aviador, experto en vuelo a vela (planeadores), dominaba muy bien el arte de volar (risas). Y a veces me llevaba. Una vez estábamos en un avión de aprendizaje, de doble comando, en los que el instructor va adelante y el alumno atrás. En un momento me dijo: “prepárese que ahora va a pilotear usted”. Yo era chico y mi papá era muy grande, entonces yo desde atrás veía sólo su espalda, no veía sus manos, pensé que estaba manejando él y le dije, y me respondió “¿Ah, soy yo?”, y se puso las manos en la nuca. Ahí me di cuenta de que él no estaba al comando de la nave sino yo, que estaba aferrado a mi palanca (risas). Fue una emoción muy grande, una adrenalina muy especial.
¿Volviste a sentir algo similar otra vez?
-Similar a eso muy pocas veces, porque de alguna manera fue una especie de nacimiento
¿Y dirigir por primera vez no es como un nacimiento?
-La verdad que fue un poco más fuerte lo que te conté antes (risas).
El merecimiento parece haber llegado con cierto retraso a la vida profesional de Ricardo Darín que, tras dos décadas de trabajo, evolucionó del prototipo de galán de novelas y comedias televisivas a figura protagónica de algunas de las películas más relevantes del cine argentino contemporáneo.
Haber tomado la posta para terminar la película que empezó el fallecido director argentino Eduardo Mignogna lo puso en boca de la prensa y del ambiente del espectáculo. Éste bien podría ser el momento coronador de una carrera cuya calidad y reconocimiento han ido creciendo en los últimos 15 años. Sin embargo, Darín descree del éxito, no suele poner en práctica miradas retrospectivas y antes que estar atravesando un buen momento, se reconoce como un profesional que ya no está supeditado al éxito o al fracaso.
El gran salto se ubica en el año 2000, con Nueve Reinas, la película de Fabián Bielinsky en la que Darín encarna a Marcos, un carismático estafador que pasa de ladrón callejero a chanta profesional, por el que recibió un Cóndor de Plata al mejor Actor, uno de los numerosos premios cosechados por el film.
Sin embargo, existe un mojón anterior en la carrera de Darín, que fue Perdido por perdido (1993), cuando la crítica especializada destacó su actuación por primera vez. El debut de Alberto Lecchi pasó desapercibido, pero 15 años después el actor encuentra varias particularidades en ese trabajo. “Es posible que a esa película (como a tantas otras) se le deba el reconocimiento de haber aportado su pequeño grano de arena para poder revertir la injusta y repetida actitud que por entonces tenía el 90% del público, que se jactaba de no consumir cine argentino”, concluye.
El interés por todos los aspectos de la producción de una película fue algo que siempre caracterizó sus participaciones, pero el estrecho vínculo que Darín estableció con Lecchi, despertó especialmente ese interés, “hasta ese momento creía que con intentar actuar bien estaba todo hecho, esa fue la primera vez –lo recuerdo con mucha claridad- que empecé a introducirme en la metodología integral de la actuación en cine, que es distinta a todas las demás, muy parcializada y merece un aprendizaje profundo, aunque siempre había tenido una sensación atmosférica bastante fiel a la totalidad, ahí empecé a involucrarme voluntariamente con todo lo que pasa en el rodaje”.
A partir de Perdido por perdido, el reconocimiento a sus trabajos fue in crescendo, empezando por las amigables apariciones en El Faro (1998) de Eduardo Mignogna y El mismo amor la misma lluvia (1999), de Juan José Campanella; pasando por el éxito masivo de Nueve Reinas, un pequeño papel en La Fuga (2001) de Mignogna y El hijo de la novia (2001) de Campanella, que fue nominada al premio Oscar como Mejor película de habla no inglesa.
A Darín le resulta difícil ubicar el click que, sin lugar a dudas estuvo relacionado con la elección de abrirse de la TV al finalizar el contrato de Mi cuñado (1993),
una exitosa serie que protagonizó junto a Luis Brandoni.
El tiempo libre que eso significó lo dedicó a leer guiones y obras de teatro, lo que él llama la parte más calma de su trabajo. “Se fue dando por etapas, por suerte para mi profesión y por desgracia para mi vida personal, trabajo mucho desde hace mucho tiempo y en distintas cosas; el cine quizás es lo que más repercusión tomó y eso sí, se me dio más de grande, en la medida que pude aflojar con la televisión, que es muy exigente en términos de tiempo porque no te deja hacer otras cosas”, confiesa Darín, que desde entonces aprovechó la oportunidad de diversificar su trabajo, demostrar la amplitud de su rango interpretativo, mostrarse diverso, distinto y sorprender; de la mano de un puñado de directores que lo adoptaron como operaprimista y no lo dejaron, como Fabián Bielinsky, Juan José Campanella o Eduardo Mignogna. “Cuando para un actor como yo, sin un plan prefijado ni una ambición por querer llegar a ningún lugar determinado, se abre el juego en una forma serena y relajada, se generan espacios y proyectos distintos, empecé a encontrar un placer especial en el cambio de registro, de pasar de una cosa a la otra, tuve oportunidad de pulir el oficio un poco más y eso es muy estimulante”, explica Darín, que experimentó al máximo eso de diversificar su registro en El Aura (2005), donde interpretó a un taxidermista introvertido, parco y adorable, otra vez bajo la dirección de Bielinsky.
Con ese prontuario Darín llega nada menos que a su debut como director. Un rol que lo tienta desde hace años, pero que tuvo que calzarse casi por obligación o -
como le gusta decir a él- por herencia, cuando la muerte de Eduardo Mignogna en octubre del año pasado dejó huérfana a La señal, la película que el director argentino dirigiría, basada en una novela propia y homónima.
-Antes de recibir la propuesta concreta para dirigir La Señal ¿Venías aproximándote de alguna forma a la idea de dirigir?
Siempre me interesé por todos los aspectos de producción de una película y me lo habían ofrecido antes, pero por distintas razones no acepté, este fue un caso muy concreto y muy particular
-¿A qué respondió la decisión de retocar el guión original?
-Cuando el guión llegó a nuestras manos le faltaba el trabajo de ajuste que suele hacer un director en los últimos dos meses, tuvimos que hacerlo para tener un guión definitivo. Nos pareció que el caso policial merecía más espacio y en la medida que se lo dimos fue desplazando cosas, fue dirigiendo la historia hacia un punto distinto del original, nos pareció que teníamos al alcance de la mano la posibilidad de hacer una película de género, un policial negro, y no lo quisimos dejar pasar porque son de las menos frecuentes en el cine en este momento.
-Dijiste que aprendiste mucho de esta experiencia, pero especialmente hablaste de la post producción y señalaste que a tu edad te hizo cambiar de opinión sobre el trabajo del actor ¿en qué sentido?
Por una cuestión de tiempos del rodaje, los actores normalmente no estamos en contacto con las tomas tantas veces. Pero, en el montaje, tuve la oportunidad de aprender cosas que tienen que ver con la interpretación, a partir de ínfimos detalles, de cambios sutiles, aprendí a distinguir la diferencia que existe entre un gesto conveniente, una mirada, una pausa, una vibración, algo genuino y algo impostado.
¿Cuáles son tus proyectos?
-Mi proyecto es descansar, y para el año que viene trabajaré con Fernando Trueba sobre una novela de Skármeta, El baile de la victoria, un lindo proyecto.
¿Actor?
-Actor, si!
Darín director en La señal
Quizá el mayor mérito de Darín como director de La señal sea haber gestado una película de género, cine negro made in Argentina. Una evocadora historia ambientada en 1952, en plena convalecencia de Eva Perón, época reconstruida notablemente, con herramientas como una fotografía penumbrosa, un tratamiento de descromatización de la imagen que atenúa los colores hasta que rozan el sepia y una banda de sonido a medias entre el tango y el jazz.
Corvalán (Ricardo Darín) es un detective cuarentón de medio pelo, un poco anarquista, soltero pero en vueltas con Perla (Andrea Pietra), la profesora de piano del barrio; socio y amigo de Santana (Diego Peretti). No parece haber mucho más en la vida de Corvalán, su padre internado en un geriátrico, su perro Lobo (con quien vive), el hipódromo y el billar. Una vida monótona, hasta la llegada de Gloria.
*Publicado en revista BLa 007/Noviembre.