jueves, 31 de mayo de 2007

Walter Ferguson


Pinta tu aldea

Cuando Walter Ferguson recibió la propuesta de grabar su primer disco compacto, sintió que ya era tarde. Con 83 años, argumentó que no sabía cómo trasladarse
a la capital costarricense de San José, ubicada a 200 kilómetros de distancia de Cahuita, la aldea de pescadores de la provincia de Limón, donde vive desde su niñez. En verdad, a Ferguson nunca le interesó llevar su música a ninguna parte, mucho menos a un estudio de grabación porque, básicamente, no concibe sus canciones en un contexto que no sea el cotidiano.
En un universo de bananos, almendros, cacao, barcos piratas y leche de coco, creció como zurdo experto tirador de honda y constructor de balsas de madera con las que corría olas “a la antigua”. La música fue un elemento más de ese paraíso tropical donde aprendió a tocar la armónica, la guitarra y el clarinete, siendo un niño y de manera totalmente autodidacta. Con la misma naturalidad, un día terminó en “la pulpería del Turco” tarareando melodías que brotaban con tanta fluidez, que el dueño de casa no dudó en convertir ese acto espontáneo en un próspero atractivo para sus clientes.
Desde entonces, Ferguson no dejó de componer canciones, sin moverse más allá de Cahuita y sus alrededores, donde todos lo conocen y lo llaman Míster Gavitt. Así fue como el equipo de grabación de su primer disco no tuvo más opción que trasladarse al hotel donde el músico vive junto a su familia y tapizar las paredes de una habitación con colchones y alfombras, para aislar el hilo de su voz, del barullo de los perros y los loros que se colaba desde afuera.
Sorteando esos obstáculos, en 2002 se editó Babylon y, aunque Ferguson tiene todo para ser un producto de esos que David Byrne rescata del anonimato de remotos rincones del mundo; fue el sello costarricense Papaya Music el que se encargó del merecido primer registro digital de este oculto “Rey del Calipso”.
De la misma forma, dos años después se registró Dr. Bombodee (2004, Papaya Music) y, aunque los técnicos de grabación volvieron a trasladarse al hotel de Cahuita, esta vez se encontraron con un Ferguson que, gratamente sorprendido por la repercusión de su primer disco, sentía que nunca es tarde.
Apoyado en su guitarra y en una interpretación tan minimalista como conmovedora, Mr. Gavitt retrata la vida de los lugareños con una gracia trágica tan genuina, que provocó la admiración de sus colegas y generó una verdadera renovación del calipso costarricense.


AQUÍ ESTÁ SU DISCO

El calipso llegó a Costa Rica desde las Antillas, de la mano de inmigrantes afro descendientes, que lo usaban originalmente a manera de informativo clandestino, para transmitir los avatares de la esclavitud. Superando la mera noción de género musical, se estableció como una cultura regional que traduce y registra la realidad socio política a manera de sátira, en un dialecto derivado del inglés que mezcla expresiones en castellano, pero que es inaccesible para los extranjeros, sean anglo o hispano parlantes.
Como los trovadores, los cuenta cuentos, los poetas populares, los copleros o los payadores, el calipsonian siempre cuenta en sus canciones una historia que revisa la realidad del lugar, generando un basto archivo costumbrista que incluye necesariamente la alegría, como herramienta para sobrevivir al ancestral sometimiento de la raza negra.
Walter Ferguson nació moreno, de ojos azules, y a sus 88 años alimenta la leyenda
del último calipsonian. Atrás quedó el fulgor de los míticos duelos que Gavitt supo tener con célebres representantes del calipso durante los 60’s, payadas centroamericanas de las que no existe registro, como todo lo que Ferguson produjo en la plenitud de su anónima y popular carrera musical, sólo quedó grabado en la memoria de los que lo escucharon en vivo.
A mediados de los 70’s recibió un obsequio que marcaría su vida: uno de sus diez hijos le regaló un reproductor y grabador de casetes con el que empezó a registrar su obra. Desde entonces y hasta el presente, cada vez que un turista le pide un disco, responde con la pregunta: “¿Hasta cuándo se queda en Cahuita?”, y es que Gavitt, cada vez que alguien se quiere llevar sus canciones, se encierra a grabarlas, como si fuese la primera vez. Como si sus discos no existiesen, o como si el merecido reconocimiento internacional no lo habilitase a copiarse a sí mismo, sigue registrando bandas de sonido únicas e irrepetibles, que incluyen el rumor de los perros y los loros aislados en las grabaciones profesionales.
Todo parece indicar que estamos frente al último ejemplar de una especie en extinción, el último calipsonian, pero Ferguson no entiende nada de eso y se limita a asegurar que la música es un don que vive en él desde el primer minuto de su existencia. Desde esa certera calma ha comenzado a considerar su actividad musical como un posible medio de vida, pero nada ni nadie lo mueve de su aldea tropical.


DON CALIPSO

De la mano de Walter Ferguson, el calipso limonense superó las fronteras de su trinchera caribeña hacia una espontánea proyección internacional. Don Calipso no se da por aludido y no entiende, ni el número cada vez mayor de visitantes que golpean a su puerta con innumerables reverencias, ni los sucesivos premios y reconocimientos recibidos, ni los libros, documentales y cuadros que lo toman como protagonista, ni su canción musicalizando un comercial de Visa.
La inminente renovación que su trabajo significó para la música costarricense, lo ha hecho merecedor del Premio Nacional de Cultura Popular, entre otros. Las paredes de su casa se han llenado de placas de reconocimiento, el documental “El trovador de Cahuita” y el retrato de una pintora canadiense que un día golpeó a la puerta de su hotel, también lo han señalado como el protagonista de una historia que todos quieren contar. Cuando Françoise Kühn llegó desde Francia a Cahuita, conoció a Ferguson, cuando quiso saber más sobre el encantador personaje y se enteró que no había ningún material relacionado, decidió escribir un libro.
Así se editó en 2002 “Walter Ferguson: El rey del calipso”, una biografía que pretende dar a conocer diferentes aspectos del mítico y desconocido calipsonian costarricense. “Es uno de los compositores más importantes del país, pero es casi desconocido afuera de Cahuita, así que este libro lo presenta, como músico, hombre, padre y amigo”, dijo Kühn en la presentación del libro. Con entrevistas a Ferguson y a algunos amigos y conocidos, el trabajo refleja a un hombre muy humilde, agradable y de muy buen humor. La obra incluye una serie de fotos y
la válida recopilación de 70 letras de canciones que hasta entonces sólo permanecían guardadas en la memoria de Don Calipso.

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