jueves, 31 de mayo de 2007

Rubén Olivera



“La música es una construcción colectiva"

“Componer canciones es una cosa más entre otras, como componer hijos, alumnos,
no sólo en la canción me realizo, no podría dejar de criar a mis hijos para tener un disco más, por eso cuando me preguntan por mi carrera respondo que lo mío más que una carrera es un paseo musical. Soy de la generación que fundó el TUMP (Taller Uruguayo de Música Popular), que trabaja en Ayuí/ Tacuabé, en proyectos culturales con un criterio de construcción de identidad a largo plazo”, dice Rubén Olivera, enumerando ocupaciones con cierta hiperactividad teñida de una timidez que lo acompaña desde su niñez. “Era muy metido para adentro, muy observador, supongo que lo que me vinculó socialmente fue ser un buen jugador de fútbol y después la música”, cuenta Rubén, que habitaba las calles de La Unión como “uno de los integrantes menos malandros de una bandita poco malandro del barrio” define, aún con picardía en el gesto. De esa atmósfera lúdica, de esos rumores de una siesta de verano, parecen nacer las canciones y las historias con las que Rubén cuenta su vida, como si se tratase de otra composición.
A los 8 años los Reyes Magos llegaron con una guitarra y tres años más tarde, su profesora Lilian Gatto se las ingeniaba para que el niño Rubén rindiera su segundo examen con una composición propia. “¿Cómo va a tocar una pieza de él si tiene 10 años?”, indagaba el tribunal de evaluadores. De la banda de sonido de la infancia, Olivera rescata el bandoneón de su padre y la radio de su madre, “muchas veces los músicos recuerdan sus influencias conscientes, pero las inconscientes son las más fuertes y sutiles, esos paisajes sonoros no elegidos pero omnipresentes, se transforman en hechos de temperamento y personalidad que se vuelcan en las canciones”. Como dicta una leyenda que acompaña una estampita de San Jorge, en el librillo de Interiores (Ayuí, 1996): “Existen sentimientos, objetos, situaciones, que nos son comunes, pero que de tan cercanos se vuelven invisibles y aunque dicen mucho, permanecen en silencio”, ese combo es el semillero del que brotan las canciones de Rubén Olivera.
La adolescencia lo encontró entre carpetas con decenas de composiciones propias en plan de inocente imitador de autores de distintos géneros, como Aníbal Sampayo, Osiris Rodríguez Castillo, Atahualpa Yupanqui, Iracundos y también cosas más cercanas al rock y al pop. Con la misma naturalidad con la que fue tejiendo su repertorio, dio sus primeros recitales en el ‘71, en un contexto donde la política cobró especial protagonismo en su vida. “Con 16 años toqué en actos del Frente, pero no lo hacía profesionalmente, era más un militante que hacía música, que un músico militante”.
Rubén saltó de La Unión a Buenos Aires con 17 años por razones que, si bien no implicaron ni el exilio ni el requerimiento político, fueron una firme advertencia que tomó al pie de la letra, junto a su hermano, su cuñada y un sobrino de 6 meses.
En su aparente juventud y en la serenidad de sus palabras, cuesta acomodar la intensidad de la vida que describe, desde sus programas de televisión para TV Ciudad (Músicos en la ciudad y Cajón de música) , sus investigaciones y artículos periodísticos, sus talleres y alumnos de música y su programa de radio (Sonidos y Silencios, los lunes a las 11 por Emisora del Sur 1290 AM); a su actividad en Madres y Familiares de Uruguayos Detenidos-Desaparecidos. “En Buenos Aires viví 6 años, trabajé en un bar, en una fábrica y vendiendo libros, así que siempre juntaba mis dineritos para seguir estudiando. Estas son cosas que antes no mencionaba en las entrevistas, pero retorné de Argentina en el ’78 porque mi hermano es uno de los desaparecidos uruguayos allá, así que también trato de dedicarle tiempo a mi trabajo en Familiares. ”
A un ritmo que habla más de sus necesidades como compositor que de las demandas de la industria discográfica, Rubén Olivera grabó 5 discos en 20 años, y pasaron 8 años desde una Tarde de Abril (Ayui, 1998) su último trabajo editado. Lejos de considerarlo negativo, para Olivera “sacar un disco porque llevo años sin hacerlo es invertir los términos, recién cuando uno considera que tiene algo decoroso para decir puede pensar en volcarlo a un disco”, dice con sabia dosis de humildad y genuino perfil bajo, asegurando que es una cuestión de temperamento, “pero también es algo conceptual, porque aún en países de mercados pequeños como el nuestro –lo que lo hace más patético- se genera narcisismo y una adicción a las luces”.
El recuerdo se abre paso una vez más en su gesto imperturbable y sereno, con el relato de una situación escolar en la que escuchó cómo dos maestras de 5º año, debatían sobre quién sería el flamante portador de la bandera de Artigas en el próximo acto. “Fulano es muy talentoso -decía una maestra-. Sí, pero Olivera es muy esforzado –le contestaba la otra ”, recuerda entre risas quien, desde aquel día, se considera parte del equipo de los esforzados.

MÚSICO DEL PELOTÓN

Es así como Olivera llega a la mejor definición de sí mismo y de su obra, reconociéndose como un músico del pelotón, donde la construcción de la música es algo colectivo y en la que un buen grano de arena, si posibilita o potencia la aparición de artistas que logran una síntesis masiva o de mayor alcance, tiene su valor. “Zitarrosa toma las guitarras de Amalia de la Vega, la imagen gardeliana, el melisma de la música andaluza que cantaba cuando era chico, la actitud corporal españolizada, chasqueando los dedos y mirando de costado, pero cantando milongas. El Sabalero dice que tomó la manera de frasear del bandoneón de Aníbal Troilo, son datos muy sutiles de cómo nos construimos, es una pelea muy interesante la de buscar esa esencialidad que tiene un Atahualpa Yupanqui, a la mayoría de los músicos nos cuesta encontrar eso que parece tan sencillo y fluye de manera tan convincente”, dice Rubén desde el pelotón,
donde augura con expectativas su próximo disco, sin perder el objetivo colectivo de avanzar en la construcción del lenguaje de la música popular uruguaya. “Tengo la esperanza de hacer canciones que sean más útiles, hay un círculo de energías que hay que buscar conectar, hacer las cosas por amor al arte, por amor a los demás y por amor a sí mismo.”
Tal es el estado de cosas en el presente de un músico que a paso lento pero firme, fue sembrando canciones que influenciaron a más de una generación de cantautores locales. Como era de esperar, a Rubén Olivera le cuesta ver sus granos de arena desperdigados en la obra de músicos como Daniel Drexler, que además de admirarlo, lo reconoce como influencia de sus canciones y del Templadismo, ese inminente encuentro entre músicos de Brasil, Argentina y Uruguay, unidos por criterios estéticos que no es difícil encontrar en las canciones de Olivera (*Ver Recuadro). Sin ir más lejos, Jorge Drexler incluyó Flores en el mar -un hermosísimo tema de Olivera sobre la ceremonia de Iemanjá- en Llueve (Virgin Records, 1997), el cuarto trabajo del músico uruguayo que ganó el Oscar. Simplemente fui parte del paisaje sonoro previo a su trabajo, es una actitud muy linda, desde ya que me halaga, pero me es difícil ver lo que di, se más bien lo que no di. Cuando doy un recital, acepto que me digan qué lindo, pero pido que me digan eso que dicen a la vuelta de la esquina, la búsqueda de esos rasgos de energía que completarían el arco iris de la propia comunicación es permanente”, dice el autor de Visitas, otra canción que brilla casi oculta en el cancionero del paisito, con merecidos rescates de Fernando Cabrera en algunas presentaciones en vivo. “Fernando influenció a muchísimo a músicos como Daniel y Jorge Drexler y sin embargo, al escucharlos no hay nada que se parezca exactamente a lo que él hace, se nota que está bien asimilado porque está, pero de una manera personal, es una linda forma de sacarle el jugo a los predecesores, la de no tomar lo anecdótico sino la esencia, algo parecido a lo que se dice de los hijos, que tienen los lunares y la manera de caminar de los padres, pero son otros.”


2 comentarios:

Anónimo dijo...

Que dicción la de Olivera. Yo solo puedo decir que su canción Interiores me hace soñar, me deja transportarme e imaginar. Soy mucho mas joven que Olivera pero posiblemente las tardes de calma chicha en los jardines de las casas de nuestros viejos (soy del interior del Uruguay) sean cosas que nos han marcado a muchos. El recuerdo del sol en esas tardes en que los padres dormian siestas y ese lugar se convertia en nuestro lugar para nuestras aventuras, debe ser algo que esta inconscientemente en la cabeza de muchos rioplatenses. Es una de nuestras caracteristicas, esos lugares, esa calma chicha, el clima que anuncia lluvia, las tardes solcito, esa especie de calma previa a la tormenta es lo que nos define y añoramos. El la supo describir muy bien en la cancion Interiores.

Anónimo dijo...

El clima, el micro-clima del rio de la plata que es un estuario formado por la desembocadura del rio uruguay y parana, nos llena de humedad y calmas chichas y de vez en cuando lluvias. El clima tiene mucho que ver en como somos aca.