lunes, 10 de septiembre de 2007

CABRERA EN LA ZITARROSA


Méritos y merecimientos

El sábado 8 de Setiembre fue uno de esos días en los que la brisa cálida le da un respiro al frío invierno montevideano y la gente llena las calles, la rambla, los espacios verdes. Uno de esos días que anuncian el verano y todo se vuelve más liviano. Liviana, caminé hasta la Sala Zitarrosa a ver a Fernando Cabrera, ese increíble hombrecito mutante sin edad y sin tiempo, artífice de las canciones más logradas y hermosas que se han hecho en esta ciudad.
Cabrera viene experimentando, desde hace algunos años, una especie de verano que lo viene poniendo más y más liviano, lo suelta, lo deja fluir, deja que le salga todo eso que antes se atrincheraba en su quietud, su inmovilidad, en su inexpresión casi absoluta. Ahora Cabrera habla, sonríe, hace bromas, juega con su voz, canta en inglés, hace cumbias y versiones.
El impecable show se abrió con un ensamble de Morir en la capital (de Pablo Estramín) y una brillante y conmovedorísima versión de El instrumento, de Darno. Así, entretejidas entre canciones de su último disco como Despacio por las piedras, Tierra, Parecía un niño de la calle, Dulzura distante, Palacio y Puerta de los dos, Cabrera fue regalando una serie de relecturas
como Y hoy te ví (de Mateo), o Río de los pájaros, de Aníbal Sampayo, “el verdadero fundador de la canción popular uruguaya”, dijo Cabrera, con aire de justiciero, frente a un público atónito y silencioso.
“Me voy a animar a hacer algo que nunca hice en un escenario, que es cantar en inglés, les aviso por las dudas”, dijo risueño y arremetió con Black Bird, “una canción que está firmada por Lennon y Mc Cartney, pero todo parece indicar que la escribió Paul solo”, agregó, antes de arrancar con una versión desopilante, a puro hilito de voz y esa suerte de desgrano de acordes que arma las canciones como si fuesen otras, inconfundibles, únicas.
“Me contaron que Fito Páez estuvo tocando en Porto Alegre y que hizo un tema mío, con una introducción muy cariñosa, no quiero ser menos que él”, dijo antes de empezar una maravillosa versión de “11 y 6”.
Así pasó, como un soplo, la calculadísima hora y media de show, porque a las 23.30 hs empezaba el segundo. Que Cabrera haga dos shows en un mismo día con entradas agotadas, lejos de ser un dato menor, sugiere una especie de justicia terrenal o divina que llega justo a tiempo, torciendo un poco el destino trágico de los músicos uruguayos talentosos pero desconocidos, o con una vida indigna, o valorados post-mortem, como Mateo y como Darno, dos de los revisitados durante el show.
Levitando a lo Caetano, parado sobre un solo pié como un flamenco, rejuveneciendo con el paso del tiempo, Fernando Cabrera se consolida como un artista medular frente a un público que lo reconoce como tal. Cuestión de méritos y merecimientos.


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