-Horacio Fontova
*Lo más negro que hay.... un túnel del Cementerio Central
Andrés Barrera camina por la Ciudad Vieja y a su paso va haciendo apuntes que delatan que se siente como pez en el agua. La cita es en el quiosco de la plaza Independencia, ubicado frente a la puerta de la Ciudadela. “soy el encargado de su mantenimiento, lo declararon bien patrimonial”, acota. En la puerta de la Ciudadela detiene su marcha, “en la última restauración la unión de los bloques de piedra fue reforzada con masilla plástica, de muy baja durabilidad”, explica este investigador amateur, experto conocedor de construcciones coloniales subterráneas desde hace 15 años. Ya por Sarandí, su dedo índice se dirige hacia la parte baja de la pared lateral del Cabildo, donde puede divisarse, entre las piernas de los artesanos, una abertura con reja de hierro al nivel de la vereda, “esa es una ventilación del túnel del Cabildo”, explica sin detener su paso.
El destino final de la caminata es la librería Linardi y Risso, en Juan Carlos Gómez
1435, donde Andrés Linardi oficia de guía, atravesando el local y luego el sector administrativo hasta descender por una escalera.
A la altura del último escalón, una pequeña abertura da paso a una especie de cámara o bóveda de unos 3 metros de lado a la se accede, no sin antes colocar algunas baldosas que faciliten el paso sin pisar un pequeño charco de agua. Si bien las paredes han sido revocadas, el aspecto arqueado del techo da indicios de su antigüedad y dos aberturas con orientación Este y Oeste desembocan a dos túneles que luego de recorrer escasos 3 o 4 metros, están tapiados, como la mayoría de las galerías subterráneas de la ciudad, que fueron selladas en la década del 80 por razones de seguridad y filtraciones de agua.
En la manzana que limitan las calles Juan Carlos Gómez, Ituzaingó, Rincón y 25 de Mayo se encontraba el edificio de la Compañía de Jesús, sede montevideana de la congregación Jesuita, de la que aún pueden verse vestigios de su construcción en el restaurante “La silenciosa” y con la que seguramente se vinculaban los túneles de la propiedad donde se estableció Linardi y Risso en 1940, antigua vivienda de Nicolás Barrales, primer vicario de la ciudad en 1738.
La restauración y habilitación del túnel del Cabildo es uno de los proyectos que tiene el arquitecto Gustavo Aller, designado Gestor del Desarrollo Patrimonial en el pasado mes de julio. “La idea surgió durante la grabación de un informe para History Channel en el túnel del Cabildo, ese día las calles de la Ciudad Vieja estaban siendo visitadas por un grupo bastante numeroso de turistas que habían llegado en un crucero y se me ocurrió que la visita a ese túnel, acompañada de guías especialmente formados, merchandising y otras actividades asociadas, indudablemente podían resultar un gran atractivo turístico”, recordó Aller y agregó que “el emprendimiento aún está en etapa inicial y hasta el momento es sólo una idea que pretendemos desarrollar, por lo que aún no podemos estimar los tiempos de su implementación”.
Con respecto al resto de los túneles y galerías montevideanas, el arquitecto declaró que no existe un inventario formal, “son casi leyendas urbanas, sólo existen registros informales de su existencia, además, en la mayoría de los casos fueron destruidos o interrumpidos por construcciones posteriores”.
Ese mundo subterráneo de leyendas –y también certezas- cautivó a Andrés Barrera cuando tenía 9 años. “Miraba La Revista Estelar, el programa de canal 10 que conducía Humberto de Vargas –una especie de Don Francisco uruguayo- y mostraron imágenes de los túneles del Solís que me quedaron grabadas en la memoria. Pensé que algún día los conocería y así fue, 15 años más tarde finalmente pude acceder a esas galerías, que ya no existen más”, relata Barrera, que logró acceder y registrar 74 metros de túneles. “Estaban impecables, secos, recubiertos por una layota francesa que absorbía la humedad, generaban un hongo que absorbía los olores también, todo muy rústico, original”, describe el investigador. También se presume que en el área Oeste del Solís, sobre la calle Bartolomé Mitre, aún se conservarían los restos de la Fuente de Viana o de Cardozo, antiguo manantial de agua que abastecía a la ciudad. En 1955, el arquitecto Carlos Pérez Montero encontró lo que serían los restos de la fuente, cubiertos por dos bóvedas protegidas por muros de piedra de 70 cm de espesor.
“En la zona de la Plaza Independencia, debajo de los 40 centímetros de hormigón, los cimientos de la Ciudadela están intactos”, asegura Barrera sentado en un banco de la Plaza Matriz, sin dejar de hablar ni de mirar hacia la fuente central. “Se está hundiendo, en cualquier momento se va ir todo para abajo, antes no dejaban caminar por ahí, había un cerco”, detalla. Andrés se para y se dirige hacia una tapa de metal contigua a la fuente, al ras de la superficie. Su intención es abrirla, pero tiene un candado. Sin embargo, en un capítulo del programa Cámara Testigo emitido el pasado mes de octubre por Canal12, Barrera guió al conductor hasta el interior de esa gran cámara.
“Independientemente del saneamiento, la utilidad de los túneles estaba relacionada a objetivos militares como escapes, traslados o refugios ocultos –desde la fundación hasta la Independencia- y luego para reuniones clandestinas y contrabando”, relata el investigador, que a menudo recibe llamados de gente que descubre construcciones subterráneas. “Muchas veces se confunden los túneles con los cimientos de las antiguas casas, que se construían con esa forma de arcada, porque era más resistente. Es lo que se puede apreciar en Intramuros Underbar (Convención 1241), una construcción de 1870 donde vivió Lorenzo de La Torre, el aljibe está abierto, están los cimientos y hay paredes tapiadas, ahí se pueden ver ese tipo de bóvedas y arcadas”, informa.
Uno de esos llamados lo condujo al descubrimiento de una bóveda en una casa en las inmediaciones de Washington y Sarandí, donde antiguamente había una plaza de toros y ahora funciona una institución de enseñanza privada. La construcción es similar a la que encontró bajo “La Giralda”, el café donde se tocó por primera vez “La Cumparsita”, que fue demolido para construir el Palacio Salvo.
LA BUENA ESTRELLA
“La puerta principal está situada dentro del Astillero de la Administración Nacional del Puerto. Uno de los capataces del Astillero recorrió atado a una cuerda, una extensión de 500 a 600 metros, regresando sin encontrar el final, por la oscuridad y el mal olor”, relata un documento escrito en 1929 y conservado en la Comisión del Patrimonio.
Si bien no hay inventarios ni mapas oficiales que los registren formalmente, la lógica
indica que los edificios más importantes de la época colonial estaban conectados bajo tierra. El Cabildo, la Catedral, el actual Ministerio de Transporte y Obras Públicas (ex Compañía de Jesús), la Plaza Independencia (ex Ciudadela), la Plaza Zabala (ex Fuerte del Gobernador) y el Ministerio de Relaciones Exteriores (Palacio Santos) son algunos.
Pero no solo en la Ciudad Vieja es posible imaginar otro mundo bajo el asfalto, “donde haya construcciones coloniales seguramente habrá algo a nivel subterráneo, en Buceo y en el Cerrito de la Victoria se han encontrado algunos polvorines (depósitos de pólvora)”, asegura Barrera.
Algo similar sucede en los barrios Sur y Palermo, más precisamente en el Cementerio Central y sus alrededores, donde se ubica la mítica historia del tesoro de las hermanas Masilotti. En el área del cementerio más próxima al mar, sobre el penúltimo paredón, aún hoy se conservan dos aberturas con forma de arco y reja de hierro por las que anteriormente salían cañones y hoy acumulan agua.
Washington Inzúa es el Capatáz General del Cementerio Central, 30 años de oficio sepulturero lo han convertido en un experto del mundo subterráneo. “Existen túneles de la época colonial que atraviesan el cementerio, llegan hasta el mar y suben hacia Gonzalo Ramírez, pero fueron sellados porque al subir la marea inundaba el Panteón Nacional y otras sepulturas”, describe.
Mientras asegura que el camposanto es como el patio de su casa, Washington se dirige hacia uno de los laterales del Panteón Nacional. Levanta una tapa de hormigón
y el panorama es impactante: dos metros hacia abajo, es posible contemplar el tramo de un túnel en perfecto estado de conservación. “En este lugar se buscó el famoso tesoro de las Massilotti, allá por 1950, había más espectadores y más prensa que en un clásico de fútbol, pero nunca se encontró nada.
“En la esquina de Ejido y Gonzalo Ramírez había un bar y su dueño, un gallego que usaba los túneles de la casa para conservar las bebidas más finas, especulaba con encontrar el tesoro”, relata Inzúa y agrega que “una de las hipótesis más certeras es la que establece que fue el propietario de Strauch el que lo encontró, porque estos túneles pasan por debajo de la fábrica –ubicada enfrente al cementerio-. Se comenta que el dueño y su hermano joyero viajaron a España con el tesoro, y a su regreso, rebautizaron la fábrica con el nombre de La Buena Estrella, pero son todas leyendas”.
*la muerte con vista al mar, Cementerio Central
1 comentario:
Muy interesante la historia de los túneles!
Me enteré hace muy poco de su presunta existencia gracias a una historia que figura en el libro "Historias de Montevideo Mágico" y desde entonces busco información. Aquí es donde he encontrado más información.
Saludos!
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