jueves, 17 de septiembre de 2009

PALACIO SALVO


“Desde la azotea y desde la torre toda la ciudad está a sus pies. Más allá la aduana, el puerto, sus muros, sus escolleras, sus barcos, las aguas rizadas, todo parece visto desde un aeroplano. Más allá aún está el cerro con su forma tranquila, la fortaleza y en la cumbre su faro de primera magnitud, que al proyectar su luz sobre la parte alta de la torre del Palacio Salvo, tiene que alzar la horizontal.”
El texto pertenece a una memoria descriptiva de uno de los edificios más emblemáticos de Montevideo. Según cuenta Jorge Gil, el actual administrador del Palacio Salvo, no hay datos sobre quién lo redactó, por momentos, con una grandilocuencia similar a la del monumental edificio, que fue el más alto del mundo en su época, con la técnica de hormigón armado y con su estilo único en el mundo, junto a su hermano porteño, el Palacio Barolo, de similares características pero menor tamaño.
“Girando la vista hacia la derecha aparece la ciudad desmesuradamente extendida con las barriadas unidas densamente, la mancha verde oscura del Prado, la mole de mármol con sus líneas clásicas puras del Palacio Legislativo, La Aguada con sus calles irregulares, la Av. 18 de Julio con sus edificios de 8 pisos, la Plaza Cagancha y luego todas las playas, Ramírez, Pocitos, Buceo, Malvín y Carrasco, con su hotel, cuyas torres se delinean perfectamente ya casi en el horizonte visual. Más allá, lejos, muy lejos, los cerros de Maldonado, después el mar.”


GRACIAS TOTALES

Como tantos otros inmigrantes, los Salvo llegaron desde Italia en 1860 y si bien estas tierras prometían prosperidad, no sabían muy bien a dónde venían y qué les depararía el destino.
En 1866 la familia se instaló en el barrio de Paso Molino, Don Lorenzo empezó trabajando como empleado de comercio y luego, secundado por su familia, empezaron a vender ropa de manera ambulante, hasta que 1867 abrieron en el barrio la Tienda Salvo, que luego se trasladó a un gran local en la esquina de Agraciada y Tambetá. Continuaron su próspero camino con proyectos cada vez más desafiantes, abrieron una tienda de venta mayorista en el centro y fueron por más. “Ángel ideó lo que luego sería uno de los mayores emprendimientos industriales de la época, la fábrica textil La Victoria, que en 1910 se fusionó con La Nacional de la familia Campomar, formando lo que sería la tradicional firma Salvo, Campomar y Cía.”, según expresa la revista electrónica de la IMM, Montevideo en la mano Nº 4.
Con la construcción de una fábrica de tejidos en Colonia, los Salvo consolidaron su imperio textil, además de convertirse en premiados vitivinicultores y ganaderos. “Ángel y Lorenzo pensaron en el edificio como una forma de homenaje y agradecimiento a la ciudad que tanto les había dado”, detalla Abelardo García Viera, ex Director del Archivo General de la Nación, residente y conocedor del edificio que habita desde hace 40 años.
El terreno que ocupa 33.50 m sobre la Av. 18 de Julio y otros 53.70 m sobre la Plaza Independencia y la calle Andes, fue adquirido por los Salvo el 29 de diciembre de 1919. “En 1923 se colocó la estatua de Artigas en la Plaza Independencia y se puso la piedra fundamental del Palacio, con monedas, el acta y algunos diarios de la época”, agrega García Viera.
Una de las pérdidas más significativas que implicó la construcción del edificio fue la de La Giralda, el café y confitería donde Gerardo Mattos Rodríguez estrenó “La Comparsita” en 1916.
Era la primera vez que se utilizaba hormigón armado a gran escala, durante dos años se perforó el suelo hasta llegar a una profundidad de doce metros, fueron tantas las precauciones que se tomaron, que una vez que llegaron a la altura original estimada para el edificio –10 pisos más una cúpula de 5 pisos - la estructura se mostró tan estable, que decidieron continuar.


CAMINO AL CIELO

El resultado final fue un rascacielos compuesto por 2 sótanos, planta baja, entrepiso, 10 pisos altos y 16 pisos de torre, más la plataforma del faro, lo que hace un total de 31 pisos. Es tan alto y está tan bien construido que el movimiento oscilatorio provocado por los vientos llega a mover los artefactos de iluminación y desde la torre es posible apreciar el extraño fenómeno de la lluvia hacia arriba, según detallan sus habitantes.
Son varias las versiones que se tejen alrededor del faro, en cuyo lugar hoy hay una antena de canal 4 en desuso (que la última asamblea votó para sacar) y otras de celulares. La más concreta es la que figura en la memoria descriptiva del edificio, que informa que “en la parte alta de la torre ha sido colocado un faro de fabricación italiana Salmoiraghi con un espejo parabólico de 920 m/m, un alcance aproximado de 100 km., lámpara de 100 amps., rotativo.”
El faro introduce la parte mística de la historia, que cuenta que tanto el Palacio Barolo en Buenos Aires como el Salvo en Montevideo estuvieron inspirados en la Divina Comedia, de Dante Alighieri.
Mario Palanti proyectó el mellizo porteño del Salvo convocado por Luis Barolo, y al parecer ambos eran amantes de la literatura de Alighieri, Barolo guardaba incluso la fantasía de albergar los restos del escritor italiano en una bóveda central del edificio, construida especialmente con ese objetivo. De ahí en más, las relaciones establecidas entre ambos edificios y La Divina Comedia son muchas y variadas. A manera de introducción, no son pocas las fuentes que mencionan el diálogo entre la estructura de ambas construcciones: base, fuste y capitel y las tres partes en las que se divide la Divina Comedia: infierno, purgatorio y paraíso. La sección áurea y el número de oro también se suponen presentes en los rascacielos gemelos y hasta se han establecido relaciones con la masonería, la alquimia y el esoterismo. Pero volvamos al faro. “Uno de los objetivos del arquitecto Palanti era enmarcar lumínicamente el acceso a la desembocadura del Río de la Plata, como bienvenida a los visitantes extranjeros que llegaban en barco desde el Atlántico. Por eso en ambos edificios se erguían robustas cúpulas que soportaban los faros de 300.000 bujías, gracias a los cuales se podrían emitir mensajes mediante luces de colores”, afirma una nota del suplemento de Turismo de Página 12 del 8 de abril de 2007. En ese sentido, es bastante conocida la anécdota que cuenta que en 1923, en el contexto de la pelea de boxeo entre Luis Angel Firpo y Jack Dempsey en el Madison Square Garden de Nueva Cork, el faro del Barolo encendió una luz verde para anunciar el triunfo del argentino que acababa de sacar del ring a su adversario. Pero a los pocos segundos, Dempsey retornó y noqueó a Firpo, obligando a cambiar la luz verde del faro por una blanca, en son de derrota.
El Palacio Salvo iba a ser originalmente un hotel, pero posiblemente por razones de rentabilidad dicha actividad se acotó al tercer piso, alquilándose el resto de los departamentos.
En calidad de guardián de la seguridad marítima se mudó al piso 25 del palacio el vigía de la Administración Nacional de Puertos. En el subsuelo, donde hoy hay una playa de estacionamiento y parte de la disco pub New Alexander, había un teatro donde actuó Josephine Baker, la Venus de ébano, “una de las primeras mujeres en bailar desnuda”, según García Viera.
“En sus inicios albergó a la clase media alta ya empobrecida, matrimonios con hijos mayores y mucha gente sola, supongo que por la comodidad, la ubicación, el tamaño de los apartamentos y la vista”, agrega.
En la década del 50 el edificio comenzó a dar pérdidas y en 1964 dejó de pertenecer a Elvira Salvo (hija de Lorenzo) y pasa a ser una Sociedad Anónima con régimen de condominio. Recién entonces los inquilinos pudieron optar por convertirse en accionistas propietarios.
Cierta intelectualidad caracterizó a sus habitantes, empezando por el Sorocabana, que funcionó hasta mediados de la década del 60 en la planta baja del edificio, donde ahora hay un local de telefonía celular.
Desde el piso 7 del Salvo, María Müller y su hija Nilda eran anfitrionas de famosas tertulias que supieron contar entre sus invitados personajes como Enrico Caruso, Paco Espínola, Alberto Zum Felde, Clara Silva, Carlos Vaz Ferreira, Esther de Cáceres Alfonsina Storni, Alberto Ginastera, David Alfaro Sequeiros o Cecilia Meirelles.
También habitaron en el Salvo las escritoras Armonía Somers e Idea Vilariño, que en los primeros años de la dictadura pasaba la mayor parte del tiempo en su solitaria casa de Las Toscas, entre las dunas y durante el invierno compartía el pequeño apartamento del Palacio Salvo con Jorge Liberati, con quien se casará poco después, según detalla Rosario Peyrou en el suplemento Cultural de El País del pasado 24 de julio.
En el primer piso había un salón de baile, con comedor y hasta un pequeño teatro. Allí se hacían los famosos bailes del Coco Bentancourt y en la actualidad el lugar es utilizado por el SODRE para sus ensayos, conservando algunos detalles decorativos de Enrique Albertazzi, autor del vitreaux del segundo piso del Salvo y también de los del Palacio Legislativo.
En el tercer piso un rincón montevideano digno de ser conocido por los amantes del deporte: el club Casa del billar.
El resto se distribuye en 400 apartamentos, algunos para oficinas (sobre todo los que tienen acceso sobre el pasaje de Andes) y otros para viviendas, alojando alrededor de 2 mil personas. “Tenemos listas de interesados para alquilar o comprar en el Salvo, es un lugar muy codiciado” asegura Héctor Guerrero, encargado del edificio desde hace 14 años.
“Carpintería de puertas y ventanas con roble de eslabonia floreado, las interiores lustradas a muñeca. Las barandas de las escaleras son de hierro con aplicaciones y pasamanos de bronce. Todas las escaleras tienen sus escalones revestidos con mármoles de color nacionales. Los pisos de las habitaciones son de pinotea. Los de los corredores, halls, vestíbulos y baños son de monolíticos formado con granulado de mármol. El de los salones de fiestas del 1º y 2º piso y del entrepiso son de parquet de roble”, detalla la memoria descriptiva del Palacio Salvo, que fue declarado Monumento Histórico Nacional en 1996, mucho tiempo después de convertirse en una inevitable postal montevideana.

NO TE VA A GUSTAR

"Ocho de la mañana. Estoy desayunando en el Tupí. Uno de mis mayores placeres. Sentarme junto a cualquiera de las ventanas que miran hacia la Plaza. Llueve. Mejor todavía. He aprendido a querer ese monstruo folklórico que es el Palacio Salvo. Por algo figura en todas las postales para turistas. Es casi una representación del carácter nacional: guarango, soso, recargado, simpático. Es tan, pero tan feo, que lo pone a uno de buen humor.” Las palabras pertenecen a un fragmento de la novela La Tregua de Mario Benedetti que, como otros, no encontraron atractivo al edificio.
Son varias las anécdotas que cuentan que en un visita de Le Corbusier a Montevideo en 1929, recorriendo las principales obras arquitectónicas de la ciudad, se paró en la plaza, mirando al Salvo desde diferentes puntos de vista y dijo: “Este es el mejor ángulo” ¿Para qué?, le preguntaron. “Para apuntar el cañón”. El espanto del rey del ángulo recto al contemplar la fiesta de curvas del Salvo hizo que lo describiese como un “enano con galera”. Según citó la revista literaria Cruz del Sur en enero de 1930, durante un viaje en barco de Buenos Aires a Montevideo, Le Corbusier manifestó que “realmente, esta capital es tan simpática y me encuentro tan bien bañado en su luz, que hasta me reconcilio con el impresionante bodrio del Salvo. Desde aquí (el puente del transatlántico) no distingo la salchichería que lo adorna, o mejor dicho, que lo aplasta, de manera que el coloso no me lastima la vista”.

VIVIR EN EL SALVO

Según los datos ofrecidos por la inmobiliaria “Al sur”, ubicada en la planta baja del palacio, sobre la zona del pasaje, estas son las características y los valores de las propiedades en el Salvo.
Del 3º piso al 10º son casi todos iguales, apartamentos chicos de un ambiente con baño y kitchenette, de alrededor de 30 m2.
Sobre 18 de Julio hay aptos más grandes, de 65 o 75 m2. El alquiler oscila entre los 5 mil y los 7500 pesos con gastos comunes de entre 1400 y 2500 pesos (chicos y grandes, respectivamente).
La torre se convertido en un reducto de extranjeros, cada vez más. Hay aptos más grandes, se han hecho muchas reformas, gente que compró más de un apto y los unió, esos en general no se alquilan ni se venden.
El valor de venta es de entre 1000 y 2000 mil dólares el m2, pero hay excepciones, como uno que hay a la venta en la torre, en una de las cúpulas, de 60 m2 más terrazas, a 180 mil dólares.
*Publicado en La Diaria en Agosto de 2009



HABITANTES DEL SALVO

En uno de los casi 400 apartamentos del edificio Héctor toca el timbre. Al otro lado de la puerta, una mujer con voz grave, clara y con increíble sonoridad pregunta quién es.
La voz del encargado llega en señal de confianza y la puerta se abre.
Hace casi medio siglo que Esther vive en el Salvo. “Vine cuando tenía 47 y tengo 95, hacé la cuenta vos que sos joven”, dice, sentada en un sillón de su pequeño refugio, un mono ambiente con baño y kitchenette en el piso 6, con vista a la calle Andes.
Un saquito de lana la abriga del frío de agosto y un cinto ajustado en la cintura le da un aire coqueto que trae vestigios del pasado. “Dicen que era una mujer muy linda” confiesa Héctor, con aires de alcalde cariñoso de esa ciudad dentro de la ciudad que es el Salvo, según su propia apreciación.
Jubilada de un cargo administrativo en OSE, Esther alquila el lugar desde hace 48 años.
“Me siento muy cómoda acá, estoy cerca de todo, nunca he tenido problemas con los vecinos, me siento segura, como en familia, antes tenía amigas, pero bueno, se fueron yendo… y a mi también, de acá me sacan con los pies para adelante”, asegura sonriendo. Cuesta encontrar las pupilas en sus ojos apenas abiertos, el borde de los párpados está enrojecido y su andar a paso lento, tanteando con la manos el sillón, la mesita, el ropero, el dintel, la pared y la puerta; delatan que además de dificultades para oír, tampoco ve claramente. Sin embargo, lo acompasa todo con una lucidez y un sentido del humor envidiables, hasta el final.


UN BARRIO EN LAS ALTURAS

-¿Cuál es el primer recuerdo que tiene del Salvo?
- Ah… tenía 4 años… pero estoy acá para hablar de este edificio, no de mi vida personal, sentencia Abelardo, que no quiere decir su edad pero termina confesando que tiene 71. Tampoco quiere contar cuánto hace que vive allí pero saca la cuenta y han pasado más de 40 años. Ni su nombre completo quiere decir, ni su profesión.
Como quien no quiere la cosa, Abelardo se ha vuelto un conocedor de la historia del edificio donde vive, pero con una especie de orgullo encubierto de modestia, embandera el valor de lo anónimo. En la búsqueda de algún pasadizo por dónde entrarle, menciono a Atahualpa Yupanqui, otro perseguidor del anonimato. “Cuando algo deja de pertenecer a su creador pasa a ser de la gente”, dice el entrevistado, citando casi textualmente a Yupanqui.
Sabe mucho de la historia del Salvo, sin lugar a dudas, pero el costado más rico de su testimonio sigue siendo el que se empeña en esconder y sin embargo, asoma cada tanto.
Por ejemplo cuando cuenta que al terminar la recepción de su casamiento en el Club Uruguay, con su flamante esposa vestida de blanco cruzaron la Plaza Independencia rumbo al Salvo, no sin antes pasar por el baile del Coco ¿Bentancur? O cuando se tienta recordando el descontrol de esas fiestas, en las que algunos terminaban corriendo por los balcones del edificio arrojando sobre la vereda y sus eventuales peatones horrorizados, las más íntimas evidencias de un desparpajo que divierte imaginar.
-Para terminar ¿me cuenta ese primer recuerdo del Salvo?
-Tenía 4 años, iba caminando por la plaza Independencia con mi padre y empezó a caer agua nieve. Cuando miré para arriba para ver cómo caía eso que nunca había visto, vi la torre del Salvo y le dije a mi padre: “ahí quiero vivir”.


UNA POETA EN LA TORRE

Subimos un piso por escalera rumbo al apartamento de Nelda. Con ropa deportiva, Abelardo sube los escalones con agilidad y cuenta chistes mientras guía.
Nelda abre la puerta de servicio, su silueta se recorta en una ventana de madera que desde el piso 14 da de lleno al Río de la Plata, que está casi azul.
Nelda y Abelardo charlan con fluidez y confianza, ella le muestra su nueva cocina y su flamante baño reciclado. Abelardo la felicita y explica que son muchos los apartamentos que conservan los baños originales, que en general están muy deteriorados.
“Nelda González de Nahson, Profesora de Literatura, Licenciada en Historia del Arte y escritora” se presenta, y propone que adivinemos su edad. “¡82 añitos!” confiesa orgullosa, frente a los 70 y pico que estimamos.
“Lo mejor es la torre, acá arriba somos un barrio”, afirma. Su prolija cabellera delata un reciente paso por la peluquería. Cuenta que recién llega de caminar. Ofrece té y prender la estufa. Improvisa con entusiasmo una visita guiada por su apartamento: un living, un dormitorio, una pequeña cocinita y el baño. Explica el origen de láminas, cuadros, y cuanta cosa pende de las paredes. Asegura que una de las mejores cosas del edificio es la luz, que duerme con las ventanas abiertas. “Y ahora desde la cocina van a tener una vista privilegiada ¡Qué atardeceres púrpuras he visto desde acá, el sol se pone justo ahí”, anuncia presentándola, como si no hubiésemos visto antes la misma ventana. La mirada se le pierde atrás del vidrio, como si fuese la primera vez. Mira por esa ventana todos los días de su vida, desde hace 30 años, sin perder la costumbre.
“También posee la torre, en uno de cuyos pisos yo solía visitar hace años a la enigmática narradora Armonía Somers y donde ahora, gracias a la causalidad que regula nuestras vidas, descubrí la existencia de Nelda González, una creadora rigurosa que fue testigo y partícipe de gran parte de nuestra historia literaria” dice Ricardo Prieto en el sector dedicado a las letras uruguayas de espaciolatino.com.
“Me he visto tan futura/soy seré ochenta veces tan/futura/que a mi propia/flor ancestral/a mi flor hecha de carne/le parezco mentira”, dicen los versos de “No morir”.
Todo esto, en el lenguaje humildemente sabio de Nelda, se traduce en una gran sonrisa y una chispa especial en sus ojos cuando dice: “mis poemas están en Google”.

*Gracias a Héctor Guerrero y Jorge Gil, encargado y administrador del Palacio Salvo, respectivamente.

-Publicado en La Diaria en Agosto de 2009

1 comentario:

Anónimo dijo...

que linda nota, que dulce,comos e extraña,mi Montevideo,y el Salvo,besos desde España y por 1000 años mas de Salvo