El aeropuerto se ubica 35 km. al Norte de Salvador, en la misma dirección, unos 55 km más arriba por la “Ruta de los cocoteros”, Praia do Forte (Playa del Fuerte) es una inmejorable forma de empezar el paseo.
Por tratarse de una zona donde la conquista dio sus primeros pasos (todo comenzó en 1500, con los portugueses llegando a Porto Seguro, 700 km al sur de Salvador) en el Nordeste brasileño la evidencia de la historia está a la orden del día y Praia do Forte no es una excepción.
En 1551, tres años después de la fundación de Salvador, un portugués llamado García D’Avila comenzó la construcción de un castillo que resultaría la primera y única construcción medieval de Latinoamérica. Una verdadera fortaleza que tardó 73 años en construirse y le dio nombre a Praia do Forte, un punto de observación estratégico donde, según cuenta la leyenda, se veía la llegada de barcos y un mensajero salía a caballo con la mala nueva, rumbo a Salvador.
Con un poco de típica grandilocuencia local, la villa fue bautizada como la Polinesia brasileña, fue uno de los destinos elegidos por los hippies en los 60, como Arembepe, unos pocos kilómetros al sur, que por entonces tuvo habitués como Roman Polanski, Caetano Veloso o Janis Joplin.
Poco queda de aquella aldea de pescadores con pasado comunitario. La veta hippie viró a compromiso ecológico, en los hoteles hay carteles que indican dejar las toallas en el piso para que sean remplazadas por unas limpias, con el objetivo de administrar recursos (agua, jabón, corriente eléctrica) concientemente. También está el proyecto Tamar, que protege de la extinción a 4 especies de tortugas marinas.
La parte más auténtica de la aldea sobrevive acotada ante el inminente avance del turismo. Los resorts conviven con los pescadores, las boutiques y restaurantes de la avenida principal con las humildes viviendas de las calles aledañas. Recovecos con olor a pescado fresco, donde los lugareños tejen redes y las cosas tienen el encanto de lo que no está montado para el turista. Algo similar sucede en el pequeño puerto del pueblo, junto a una plaza de tierra donde parece haberse detenido el tiempo, se concentran unas pocas barracas (bares de playa), algunas viejas embarcaciones de madera pintada y la bellísima iglesia de San Francisco. Inmensa y pequeña a la vez, blanca y azul, de antiquísima simpleza y mágicamente actual, fue construida en el Siglo XVI, con techo a dos aguas de tejas hundidas y desteñidas por el tiempo, a orillas del mar, es una de las mejores postales del pueblo.
*Puerto de Praia do Forte
MORRO DE SAO PAULO: EL PARAÍSO PERDIDO
Morro de Sao Paulo es otro destino obligado, ubicado en el extremo norte de la Isla de Tinharé, 270 km. al sur de Salvador. Hay varias opciones para llegar al lugar, una es la que combina un viejo “ferry boat” que cruza desde la Terminal Marítima de Sao Joaquim en Salvador, hacia Itaparica, cada una hora, por el módico precio de un dólar. Es un medio de trasporte muy popular, el viaje toma unos 50 minutos y ofrece una impactante vista de Salvador. La punta de la enorme ciudad con edificios y torres, luego una transición con el barrio histórico en lo alto y un dilatado final de favelas que parecen montañas de casas.
Desde la Terminal de Bom Despacho, en Itaparica, salen ómnibus con destino a Valença, la ciudad continental más próxima a la isla de Tinharé. Después de una hora y media de viaje por una ondulante ruta entre morros, campos alambrados, precarias construcciones rurales y algunos cebúes pastando; llega Valença. Desde el puerto es posible tomar una lancha rápida que cruza a Morro en media hora por poco más de 2 dólares. El trayecto es una especie de laberinto pluvial, con muelles de madera desde los que algunos niños se tiran al agua, zambullen y nadan. Más allá algunos lugareños pescando en chalanas largas y angostas, de madera o de fibras vegetales, con velas de telas que fueron blancas; todo muy austero y artesanal.
La llegada a Morro se caracteriza por la presencia amable pero por demás perseverante de los “taxis”, hombres morenos que se ofrecen a trasladar el equipaje en carretillas hasta la posada. A juzgar por la empinada y larguísima subida que aparece al bajar de la lancha, el servicio parece indispensable. Más allá del antiquísimo portal del pueblo (fundado en 1535) las calles son de arena o de piedra, suben y bajan en picada y no hay autos.
La villa es un simpático laberinto, una especie de Punta del Diablo XL (todo en Brasil es XL), organizado por playas. La “Primera Playa” es la más céntrica, donde se encuentran la mayoría de las posadas y locales comerciales. La Segunda es la de la vida nocturna, restaurantes con shows en vivo y fiestas, la Tercera un poco más alejada, con algunas posadas; La Cuarta y La Quinta Playa o Praia do Encanto, las dos más distantes y recomendadas.
Para disfrutar la belleza de Morro sin salir corriendo ante tanta parafernalia turística, la opción es hacer base en las playas más alejadas y desde ahí visitar la villa. El encanto de un pueblo instalado sobre un morro en el mar, la capilla de Nuestra Señora de la Luz ( de 1845), la plaza, las lucecitas de “La Broadway” o calle principal, la Fuente Grande (el mayor sistema de abastecimiento de agua de la Bahía colonial construida en 1746), el faro, las veteranas sentadas en la vereda de sus casas con sus mejores batones y peinadas como con spray; son algunas de las atracciones que se pueden disfrutar en paseos acotados por la villa. En las afueras, el espectáculo no es menos tentador. En las noches de verano y luna llena, los cangrejos salen de sus cuevas con rumbo a la playa para aparearse. Cada tanto, en la orilla pasan sombras de cuerpos corriendo, lanza en mano, cazando cangrejos que después comen o venden.
Y el mar, como en casi todas las playas bahianas, bordeado por cocoteros, ofrece los mejores baños en piscinas naturales que se forman entre los arrecifes de corales, cuando baja la marea. Agua tibia, transparente, tranquila y habitada por cardúmenes.
*Piscinas naturales en Praia do Encanto, Morro.
*Puestos de jugos de la Segunda Playa, Morro.
*Iglesia de Morro
*Orquídea de una noche, Praia do Encanto, Morro
BOIPEBA: EL SECRETO MEJOR GUARDADO
“Boipeba es lo que era Morro hace 30 años”, cuenta una acertada definición de otra las 23 islas que forman el archipiélago de Tinharé, de 450 km cuadrados y un total de 11.400 habitantes. Las islas están separadas por canales y ríos de difícil navegación, con arrecifes y bancos de arena, razón por la cuál muchos de estos lugares se mantienen vírgenes. El río que separa la isla de Thinaré (donde se ubica Morro) de la de Boipeba, alimenta a una leyenda que cuenta que, por ser de tan difícil navegación, las embarcaciones de los portugueses encallaban fácilmente y eran atacadas por los Amorés, indios caníbales que habitaban la zona. La dantesca escena bautizó el canal como “Río do Inferno”.
Afortunadamente, Boipeba es uno de los secretos mejor guardados del turismo bahiano, tiene 4 mil habitantes que viven en su mayoría de la pesca, en un contexto austero que contrasta con la exuberante riqueza que proveen la tierra y el mar, donde la pobreza no es sinónimo de hambre. Sentados en la vereda, una numerosa familia de pescadores se alimenta de una enorme fuente de cangrejos. Cocos, guayabas y mangos penden de sus plantas al alcance de la mano.
En las antípodas de Morro, Boipeba no parece estar esperando a los turistas que, cuando llegan, se ensamblan a su ritmo y sus costumbres. La actividad social de la villa sucede entorno a una plaza, que tiene en el centro un potrero y lo que vendría a ser un mini parque diversiones, con una cama elástica y un puesto donde los morenos se arman hasta los dientes para dispararle a un paquete de chicles. Cerca, algunos locales de comida ofrecen manjares a precios moderados, como “Lá em casa”, un restaurante de delicias vegetarianas o “Anália”, famoso por servir la mejor “moqueca de camarones” (plato típico) del lugar. A una hora de caminata por la playa cuando la marea está baja o atravesando morros, se llega a Moreré, considerada entre las 10 mejores playas del mundo. Cuesta creer que un lugar tan virgen paradisíaco exista más allá de las páginas de una revista de viajes y turismo.
*Posada Anjalí, Boipeba.
* Posada Anjalí, Boipeba
*Armado hasta los dientes, kermés en centro de Boipeba.
*Casco viejo de la villa de Boipeba
*Puesto de pescadores en la playa, Boipeba.
SALVADOR: CHUVA, SUOR E CERVEJA
Con 3, 5 millones de habitantes, el área metropolitana de Salvador es la cuarta del país en densidad de población. Es la ciudad con mayor porcentaje de habitantes negros fuera de Africa (alrededor de un 80%), fue la capital del país y sede del gobierno general desde 1549 hasta 1763, cuando se trasladó a Río de Janeiro (y luego en 1960 a Brasilia).
Faltan apenas 4 días para el comienzo del carnaval 2009, la alegría, la excitación, el alcohol, los ensayos y la presencia de turistas y policías van invadiendo las calles del Pelourinho o barrio histórico de Salvador, cuyo nombre hace referencia a las columnas de piedra donde se castigaba a los esclavos.
Declarado Patrimonio Cultural de la Humanidad por la UNESCO, el Pelourinho es otro rincón de Bahía que, arquitectónicamente, parece haberse detenido en el tiempo y a pesar de haber sido restaurado por un programa estatal en los 90, todo se mantiene, con mayor o menor deterioro, en estado casi original.
La metrópolis se divide en “ciudad alta” y “ciudad baja” y el barrio histórico se encuentra en la parte más elevada. Uno de los medios más utilizados para recorrer los 72 metros que separan ambas zonas es el elevador Lacerda, que fue construido en 1873 y actualmente unas 30 mil personas pasan por allí a diario.
Sólo por mencionar algunas de las atracciones del Pelourinho, al entrar a la Iglesia de San Francisco (construida entre 1686 y 1708), es inevitable quedar con la boca abierta ante su interior totalmente dorado, lleno de obras, molduras, revestimientos y esculturas de madera, de estilo barroco y bañados (dicen que con más de mil kilos) de oro.
Unas cuadras más abajo, la Iglesia de Nossa Señora do Rosario dos Pretos, con su fachada lavanda, es una de las postales más típicas del centro histórico. La empezaron a construir en 1704 los miembros de la “Hermandad de Nuestra Señora del Rosario de los Hombres Negros”, para terminarla casi un siglo después. Con patrimonio arquitectónico y artístico como el frente rococó y el interior neoclásico, el verdadero valor de esta iglesia radica en ser una muestra del sincretismo religioso en su máxima expresión. En el fondo hay un cementerio de esclavos y la misa es una ceremonia que combina deliberadamente elementos del catolicismo con otros de origen afrobrasileño como el candomblé. Hay un altar y se pasa la bolsa para la limosna, pero el frío saludo de la paz se transforma en un cálido abrazo fraternal y las canciones son alegres y cantadas a viva voz, resultando un evento bastante más feliz y alejado de la culpa que la tradicional misa católica.
Afuera llueve a cántaros pero el asedio de la más variada fauna de vendedores ambulantes no se detiene y vuelve a ser imposible olvidar la condición de turista.
Mozos de restaurantes que abren el menú en la cara de los peatones, vendedores de caracoles, collares, hamacas paraguayas, flores artesanales fabricadas en el momento con corteza de cocotero, kioscos ambulantes y musicalizados que ofrecen desde golosinas hasta marihuana camuflada en cartones de cigarro. El Pelourinho es una máquina turística a todo vapor, la incesante tarea de rechazar ofertas no tarda en volverse tediosa y la amabilidad del turista pronto se transforma en un rotundo y certero rechazo.
5 siglos de agitada historia y la diversidad cultural que caracterizan la identidad de Bahía han nutrido a talentosos artistas. Jorge Amado, Vinicius de Moraes, Dorival Caymmi, Caetano Veloso, Gilberto Gil, Caetano Veloso, María Bethania, Gal Costa y,
ya que estamos en carnaval, Olodum. Esta agrupación cultural fue fundada en 1979
con objetivos como combatir el racismo, fomentar la autoestima de los miembros de la comunidad afro-brasileña y pelear por sus derechos civiles. En el carnaval 86 presentaron una propuesta musical que dio origen al género conocido como samba-reggae. Un extracto de su formación se convirtió en una banda que vendió muchos discos y recorrió el mundo con sus shows en la década del 90, alcanzando un pico de popularidad en 1995, a raíz de la participación en el clip de “They don’t care about us” (No les importamos) de Michael Jackson, donde puede verse la contradictoria escena del ex negro convertido en blanco, con la típica remera de la banda con le símbolo de la paz, bailando junto a un montón de negros que tocan sus tambores en las calles del Pelourinho. Desde entonces, los ensayos de Olodum son los más caros y codiciados por locales y turistas. Cientos de personas esperando en la calle para entrar, adentro otro tanto, bailando bajo un gran tinglado algunos y bajo la lluvia otros, todos con transpiradas latas de cervezas en la mano. Al centro del escenario, la típica vestimenta con colores jamaiquinos y los dreadlocks conviven con los micrófonos de manos libres. A los costados, dos pantallas proyectan con estética de esténcil y dudoso criterio, los retratos de Bob Marley, Nelson Mandela y Barack Obama. Afuera, todo es un poco más genuino, a un día del comienzo de la gran fiesta, el “Bloco do Caldo” lleva a cabo su ensayo al aire libre. Los integrantes van llegando, se van ordenando, comienzan a sonar los primeros instrumentos y avanzan lentamente por las callecitas del barrio negro, con cientos de seguidores que bailan, compran caipirinhas heladas en los puestos que ya están montados en las plazas del barrio y cantan: “é hoje o día da alegría/ e a tristeza, nem pode pensar en chegar/diga espelho meu!/se há na avenida alguém mais feliz que eu” (hoy es el día de la alegría/y la tristeza no puede pensar en llegar/dime espejo/ si hay en la venida alguien más feliz que yo).
*Amanecer en los techos de Salvador de Bahía
*Ciudad Alta y Ciudad Baja de Salvador de Bahía, desde el elevador Lacerda.
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