“Al pasar frente al cementerio/ qué envidia me da tanta gente durmiendo/
Mi mente va buscando/como tantos otros el descanso eterno”
*Reincidentes, “Frente al cementerio”.
Caminando por una vereda del microcentro porteño, rumbo al cementerio de La Recoleta, veo cómo un camión que avanza por la calle, estampa su espejo retrovisor externo contra el hombro de un peatón. “¿Qué culpa tengo yo si venís distraída?”, responde el chofer enfurecido ante el reclamo de la mujer que temblaba, pálida todavía tras el sorpresivo y contundente impacto. ¿Desde cuándo los peatones debemos estar atentos a no ser envestidos mientras caminamos por una vereda?, me pregunto y sigo caminando, con una extraña mezcla de impotencia y alerta, dejándome llevar por una ráfaga sonora de Andrés Calamaro con su Honestidad Brutal en “No tan Buenos Aires”: “Vuelvo a tomar aire/ para saludar otra vez a Buenos Aires/ Apocalipsis Now total”.
Adentro del cementerio la atmósfera cambia, la sombra de los árboles sosiega el calor del asfalto a la hora de la siesta. El silencio implacable de la muerte contrasta con el rugido de la ciudad. El de La Recoleta es un cementerio particular, la riqueza arquitectónica y la relevancia histórica de sus 5 hectáreas y media lo han convertido en uno de los paseos turísticos más visitados de Buenos Aires, es uno de los tres camposantos más importantes del mundo (junto al Staglieno de Génova y Père Lachaise de París) y fue declarado Monumento Histórico Nacional en 1946. Tales galardones se perciben en la multiplicidad de idiomas que se hablan en sus callecitas, en el inconfundible look de los turistas, en la infinidad de cámaras apuntándole a sus placas y esculturas angelicales, o en una pareja de jovencitas darkies (¿o emo quizás?) que deslizan una esquela por debajo de la puerta de una bóveda antiquísima, tomadas de la mano.
CENIZAS ILUSTRES
-Turistas en la tumba de Evita.
“En Buenos Aires nos acechan los fantasmas/ del pasado y cada tango es una confesión (…) En Buenos Aires viven muertos, muertos viven/ y no quiero más tanta resignación (…) En Buenos Aires, San Martín y Santa Evita/ montan una agencia de publicidad.”*Joaquín Sabina- Fito Páez, “Buenos Aires”.
En 1580 Juan de Garay fundó Buenos Aires por segunda vez y tres años más tarde hizo entrega de unos terrenos entre los que se encontraba la chacra “Los ombúes”, ubicada en el actual barrio de Recoleta, que por entonces quedaba en las afueras de la ciudad.
En 1716, en esas tierras que tenían por límite la barranca hacia el río y las actuales calles Ayacucho, Azcuénaga y Arenales, se fundó el Convento de los Recoletos Descalzos, que construyeron un monasterio y la Basílica de Nuestra Señora del Pilar, que fue inaugurada en 1732, es la más antigua de la ciudad y conserva su estilo barroco original, por lo que fue declarada Monumento Histórico Nacional.
En 1822 la orden de los recoletos fue disuelta y los terrenos destinados a la huerta del convento fueron expropiados para la construcción del primer cementerio público de Buenos Aires, que por entonces tenía apenas 25 mil habitantes. El proyecto estuvo a cargo del ingeniero Próspero Catelin, responsable de los planos originales (junto a otras obras como la fachada de la catedral de la capital porteña), fue bautizado primero como Cementerio del Norte y en 1949 adoptó el nombre del barrio que lo aloja, como se lo conoce hasta hoy.
El domingo 17 de noviembre el camposanto recibió su bendición y al día siguiente, los primeros en recibir sepultura fueron una joven de 26 años llamada Dolores Maciel y un niño negro llamado Juan Benito. En “Cuaderno San Martín” (1929) Jorge Luis Borges dedica la segunda parte su poema “Muertes de Buenos Aires” al cementerio de La Recoleta. En el texto el escritor hace referencia a la nacionalidad uruguaya de Dolores Maciel, aunque en el acta de defunción, la joven se inscribe como argentina.
Durante los primeros 60 años las parcelas fueron adquiridas bajo el régimen de perpetuidad por las familias más prestigiosas de la sociedad porteña, conformándose rápidamente un verdadero Panteón de la Patria. Indudablemente, es el cementerio de la aristocracia argentina, allí descansan los restos de las personalidades más importantes del quehacer político, cultural, intelectual y científico del país. Caminar por sus pasillos es como hojear un manual de historia o recorrer un mapa con los nombres de las calles de la ciudad: José Figueroa Alcorta, Juan Bautista Alberdi, Donato Alvarez, Gral. Alvear, Valentín Alsina, Cosme Argerich, Avellaneda, Ignacio Alvarez Thomas, Almirante Brown, Federico Leloir, José Hernandez, Miguel Cané, Victoria y Silvina Ocampo, Adolfo Bioy Casares, Oliverio Girondo, Luis Angel Firpo, Martín Karadagián o María Marta García Belsunce, víctima del famoso asesinato ocurrido en el Carmel Country Club de Pilar en 2003 y aún irresuelto.
En 1850 todavía no había grandes edificaciones en el cementerio, que fue alcanzando un estado de abandono tal que más de una vez rozó la clausura, hasta que en 1881 el intendente de Buenos Aires Torcuato de Alvear impulsó su remodelación. Esta vez el responsable fue el arquitecto Juan A. Buschiazzo, que diseñó el muro perimetral, el pórtico de entrada y pavimentó sus calles, habilitando así las primeras construcciones de relevancia, como la imponente bóveda de la familia Dorrego Ortiz Basualdo, la costosa morada de los Leloir, donde descansan bajo una cúpula trabajada en oro, los restos del premio Nóbel de Química en 1970, Federico Leloir; o la moderna construcción de la familia Herrera Noble (propietarios del Grupo Clarín) bautizada como “Banelco” por su semejanza con un cajero automático.
Un total de 350 mil difuntos moran en La Recoleta y más de 6000 son los sepulcros a perpetuidad, de los cuáles sólo los 80 que fueron declarados Monumento Histórico Nacional tienen asegurado su mantenimiento, el resto queda liberado al cuidado de los propietarios -inexistentes en muchos casos-, por lo que es habitual encontrarse con deterioradas construcciones de aspecto macabro, al borde del abandono y el desmoronamiento.
Junto a múltiples rastros alegóricos a la masonería, el cementerio también alimenta leyendas de misterios y fantasmas. Las esculturas de Salvador María del Carril y su esposa Tiburcia, que se dan la espalda aún después de la muerte. El trágico final de David Alleno, un joven cuidador enamorado del cementerio que se quitó la vida para estrenar el panteón que construyó con el sacrificio de años de trabajo. La bóveda más buscada y visitada es la de Eva Duarte, inconfundible vedette del cementerio. Asesinatos, traiciones, amores prohibidos, batallas y guerras, son sólo algunas de las circunstancias que ofrecen un particular punto de vista de la historia argentina: el del sueño eterno de sus protagonistas.
* Las visitas guiadas son de martes a domingos a las 9, 10, 11, 14, 15 y 16 hs.
Mi mente va buscando/como tantos otros el descanso eterno”
*Reincidentes, “Frente al cementerio”.
Caminando por una vereda del microcentro porteño, rumbo al cementerio de La Recoleta, veo cómo un camión que avanza por la calle, estampa su espejo retrovisor externo contra el hombro de un peatón. “¿Qué culpa tengo yo si venís distraída?”, responde el chofer enfurecido ante el reclamo de la mujer que temblaba, pálida todavía tras el sorpresivo y contundente impacto. ¿Desde cuándo los peatones debemos estar atentos a no ser envestidos mientras caminamos por una vereda?, me pregunto y sigo caminando, con una extraña mezcla de impotencia y alerta, dejándome llevar por una ráfaga sonora de Andrés Calamaro con su Honestidad Brutal en “No tan Buenos Aires”: “Vuelvo a tomar aire/ para saludar otra vez a Buenos Aires/ Apocalipsis Now total”.
Adentro del cementerio la atmósfera cambia, la sombra de los árboles sosiega el calor del asfalto a la hora de la siesta. El silencio implacable de la muerte contrasta con el rugido de la ciudad. El de La Recoleta es un cementerio particular, la riqueza arquitectónica y la relevancia histórica de sus 5 hectáreas y media lo han convertido en uno de los paseos turísticos más visitados de Buenos Aires, es uno de los tres camposantos más importantes del mundo (junto al Staglieno de Génova y Père Lachaise de París) y fue declarado Monumento Histórico Nacional en 1946. Tales galardones se perciben en la multiplicidad de idiomas que se hablan en sus callecitas, en el inconfundible look de los turistas, en la infinidad de cámaras apuntándole a sus placas y esculturas angelicales, o en una pareja de jovencitas darkies (¿o emo quizás?) que deslizan una esquela por debajo de la puerta de una bóveda antiquísima, tomadas de la mano.
CENIZAS ILUSTRES
-Turistas en la tumba de Evita.
“En Buenos Aires nos acechan los fantasmas/ del pasado y cada tango es una confesión (…) En Buenos Aires viven muertos, muertos viven/ y no quiero más tanta resignación (…) En Buenos Aires, San Martín y Santa Evita/ montan una agencia de publicidad.”*Joaquín Sabina- Fito Páez, “Buenos Aires”.
En 1580 Juan de Garay fundó Buenos Aires por segunda vez y tres años más tarde hizo entrega de unos terrenos entre los que se encontraba la chacra “Los ombúes”, ubicada en el actual barrio de Recoleta, que por entonces quedaba en las afueras de la ciudad.
En 1716, en esas tierras que tenían por límite la barranca hacia el río y las actuales calles Ayacucho, Azcuénaga y Arenales, se fundó el Convento de los Recoletos Descalzos, que construyeron un monasterio y la Basílica de Nuestra Señora del Pilar, que fue inaugurada en 1732, es la más antigua de la ciudad y conserva su estilo barroco original, por lo que fue declarada Monumento Histórico Nacional.
En 1822 la orden de los recoletos fue disuelta y los terrenos destinados a la huerta del convento fueron expropiados para la construcción del primer cementerio público de Buenos Aires, que por entonces tenía apenas 25 mil habitantes. El proyecto estuvo a cargo del ingeniero Próspero Catelin, responsable de los planos originales (junto a otras obras como la fachada de la catedral de la capital porteña), fue bautizado primero como Cementerio del Norte y en 1949 adoptó el nombre del barrio que lo aloja, como se lo conoce hasta hoy.
El domingo 17 de noviembre el camposanto recibió su bendición y al día siguiente, los primeros en recibir sepultura fueron una joven de 26 años llamada Dolores Maciel y un niño negro llamado Juan Benito. En “Cuaderno San Martín” (1929) Jorge Luis Borges dedica la segunda parte su poema “Muertes de Buenos Aires” al cementerio de La Recoleta. En el texto el escritor hace referencia a la nacionalidad uruguaya de Dolores Maciel, aunque en el acta de defunción, la joven se inscribe como argentina.
Durante los primeros 60 años las parcelas fueron adquiridas bajo el régimen de perpetuidad por las familias más prestigiosas de la sociedad porteña, conformándose rápidamente un verdadero Panteón de la Patria. Indudablemente, es el cementerio de la aristocracia argentina, allí descansan los restos de las personalidades más importantes del quehacer político, cultural, intelectual y científico del país. Caminar por sus pasillos es como hojear un manual de historia o recorrer un mapa con los nombres de las calles de la ciudad: José Figueroa Alcorta, Juan Bautista Alberdi, Donato Alvarez, Gral. Alvear, Valentín Alsina, Cosme Argerich, Avellaneda, Ignacio Alvarez Thomas, Almirante Brown, Federico Leloir, José Hernandez, Miguel Cané, Victoria y Silvina Ocampo, Adolfo Bioy Casares, Oliverio Girondo, Luis Angel Firpo, Martín Karadagián o María Marta García Belsunce, víctima del famoso asesinato ocurrido en el Carmel Country Club de Pilar en 2003 y aún irresuelto.
En 1850 todavía no había grandes edificaciones en el cementerio, que fue alcanzando un estado de abandono tal que más de una vez rozó la clausura, hasta que en 1881 el intendente de Buenos Aires Torcuato de Alvear impulsó su remodelación. Esta vez el responsable fue el arquitecto Juan A. Buschiazzo, que diseñó el muro perimetral, el pórtico de entrada y pavimentó sus calles, habilitando así las primeras construcciones de relevancia, como la imponente bóveda de la familia Dorrego Ortiz Basualdo, la costosa morada de los Leloir, donde descansan bajo una cúpula trabajada en oro, los restos del premio Nóbel de Química en 1970, Federico Leloir; o la moderna construcción de la familia Herrera Noble (propietarios del Grupo Clarín) bautizada como “Banelco” por su semejanza con un cajero automático.
Un total de 350 mil difuntos moran en La Recoleta y más de 6000 son los sepulcros a perpetuidad, de los cuáles sólo los 80 que fueron declarados Monumento Histórico Nacional tienen asegurado su mantenimiento, el resto queda liberado al cuidado de los propietarios -inexistentes en muchos casos-, por lo que es habitual encontrarse con deterioradas construcciones de aspecto macabro, al borde del abandono y el desmoronamiento.
Junto a múltiples rastros alegóricos a la masonería, el cementerio también alimenta leyendas de misterios y fantasmas. Las esculturas de Salvador María del Carril y su esposa Tiburcia, que se dan la espalda aún después de la muerte. El trágico final de David Alleno, un joven cuidador enamorado del cementerio que se quitó la vida para estrenar el panteón que construyó con el sacrificio de años de trabajo. La bóveda más buscada y visitada es la de Eva Duarte, inconfundible vedette del cementerio. Asesinatos, traiciones, amores prohibidos, batallas y guerras, son sólo algunas de las circunstancias que ofrecen un particular punto de vista de la historia argentina: el del sueño eterno de sus protagonistas.
* Las visitas guiadas son de martes a domingos a las 9, 10, 11, 14, 15 y 16 hs.
IRREGULARIDADES Y NECROTURISMO EN EL CEMENTERIO CENTRAL
Desde el 11 de diciembre de 2008, el Cementerio Central de Montevideo también se alista en el ofrecimiento de visitas guiadas. La iniciativa de la División de Turismo de la IMM está destinada en principio a medios de prensa y operadores turísticos, responsables de juzgar la calidad del inminente atractivo turístico. Si el juicio es positivo los paseos serán gratuitos y de libre acceso a partir de marzo de 2009.
Por otra parte, en la sesión del 18 de diciembre pasado, la Junta Departamental de Montevideo votó una solicitud para que el Tribunal de Cuentas realice una auditoria externa del Servicio Fúnebre y de Necrópolis.
El planteo fue realizado por el Edil Fitzgerald Cantero Piali (de Vamos Uruguay) como respuesta a irregularidades como pérdidas de restos, cremaciones por error, ausencia de actuación ante hurtos notorios. “El intendente no ha podido demostrar cómo se adjudican bienes funerarios a empresas privadas, sin sorteos, ni llamados a interés, ni mucho menos a través de licitaciones. Tampoco se demostró que la empresa Abate cuente con habilitación en sus salas velatorias de la calle Domingo Aramburú y Tomás Basáñez, como le solicitáramos. Queremos que el Tribunal de Cuentas revise también, varias licitaciones referidas al mantenimiento y limpieza de los cementerios, seguridad en el Norte y compra de ataúdes, entre otros suministros. Nada de eso fue aportado por la administración. Soy conciente que la IMM le oculta información al Tribunal, pero estas denuncias son muy graves y será muy difícil, en pro de la transparencia, no brindar la información solicitada", afirmó Cantero.
*El desarrollo de estos temas y el relato de un paseo guiado por el Cementerio Central de Montevideo serán el motivo de la próxima columna.
Desde el 11 de diciembre de 2008, el Cementerio Central de Montevideo también se alista en el ofrecimiento de visitas guiadas. La iniciativa de la División de Turismo de la IMM está destinada en principio a medios de prensa y operadores turísticos, responsables de juzgar la calidad del inminente atractivo turístico. Si el juicio es positivo los paseos serán gratuitos y de libre acceso a partir de marzo de 2009.
Por otra parte, en la sesión del 18 de diciembre pasado, la Junta Departamental de Montevideo votó una solicitud para que el Tribunal de Cuentas realice una auditoria externa del Servicio Fúnebre y de Necrópolis.
El planteo fue realizado por el Edil Fitzgerald Cantero Piali (de Vamos Uruguay) como respuesta a irregularidades como pérdidas de restos, cremaciones por error, ausencia de actuación ante hurtos notorios. “El intendente no ha podido demostrar cómo se adjudican bienes funerarios a empresas privadas, sin sorteos, ni llamados a interés, ni mucho menos a través de licitaciones. Tampoco se demostró que la empresa Abate cuente con habilitación en sus salas velatorias de la calle Domingo Aramburú y Tomás Basáñez, como le solicitáramos. Queremos que el Tribunal de Cuentas revise también, varias licitaciones referidas al mantenimiento y limpieza de los cementerios, seguridad en el Norte y compra de ataúdes, entre otros suministros. Nada de eso fue aportado por la administración. Soy conciente que la IMM le oculta información al Tribunal, pero estas denuncias son muy graves y será muy difícil, en pro de la transparencia, no brindar la información solicitada", afirmó Cantero.
*El desarrollo de estos temas y el relato de un paseo guiado por el Cementerio Central de Montevideo serán el motivo de la próxima columna.
-Versuión original de la nota publicada en La Diaria del 13 de enero de 2009.
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