Viento del Sur
La austeridad del paisaje patagónico y la sordidez de una ciudad como Buenos Aires, conviven en el alma de las canciones de Lisandro Aristimuño. “Tierra mía, en el camino de tus montañas encontró mi corazón estas palabras, como una música recóndita, amparada en la fuerza cósmica de tu silencio”, decía Atahualpa Yupanqui, inspirado en el Cerro Colorado, ese rincón de la provincia argentina de Córdoba que fue su lugar en el mundo. Con las canciones de Lisandro Aristimuño sucede algo similar, remiten a su origen, se nutren del contexto, no serían las mismas sin los paisajes bucólicos y la sórdida presencia del viento de la Patagonia -su lugar de nacimiento- o sin el vértigo citadino de la capital porteña, su lugar por adopción
Pócima de aires folklóricos conviviendo con sutiles vetas electrónicas, así es la impronta del cantautor argentino mimado por el público y la prensa de su país, que llegó por primera vez a Montevideo en el marco de un concierto compartido por los músicos Kevin Johansen y Paulinho Moska. Como invitado, Aristimuño sembró un puñado de canciones que dejaron expectantes los oídos de las casi 5 mil personas que agotaron las dos funciones del Plaza en Septiembre y abonaron el terreno para su presentación formal, el 23 de Noviembre en Central.
En su blog (azulesturquesas.blogspot.com.) un comentario anónimo traduce y resume ese estado de cosas: “agradable sorpresa esperando a Kevin y Paulinho, tenés al público uruguayo expectante, ¡volvé!”.
COSECHARÁS TU SIEMBRA
Con la distancia necesaria para redimensionar las cosas que fueron cotidianas y ya no lo son, Lisandro Aristimuño llegó a la capital porteña desde Viedma
-mil kilómetros al sur, en la Provincia de Río Negro- en pleno cacerolazo. Con el contraste entre el paisaje del punto de partida y el de llegada, toda la Patagonia se le vino encima y quince días después tenía compuestos y grabados todos los temas de Azules Turquesas (Los Años Luz, 2004), su primer disco. “Haber vivido durante muchos años en un lugar y no haber percibido muchas cosas por tenerlas cerca fue una gran inspiración, tenía todo eso en mi sangre y hasta que no estuve tapado de edificios y de gente no me di cuenta, se me hizo como una montaña con todo eso, se me vino el viento del sur y empecé a componer”, dice Aristimuño, que en ese contexto hostil del corralito y los cartoneros, salió con su demo en la mochila a golpear las puertas de los sellos discográficos.
Azules Turquesas es una cajita llena de paisajes, olores y rumores de la Patagonia, fabricada en plena selva porteña. El disco trepó desde el anonimato y alcanzó vertiginosamente un lugar entre los mejores del año, según las encuestas de las revistas Rolling Stone e Inrrokuptibles, y de los principales diarios bonaerenses. Su nombre pasó de boca en boca. “Todos hablan de Lisandro Aristimuño”, dijo la prensa y las comparaciones con artistas como Jorge Drexler, no faltaron. “Comparar es algo muy mediático, de periodista, pero cuando salió Azules Turquesas me regalaron Frontera (Jorge Drexler, EMI Odeón 1999) y lo escuché muy parecido, me entusiasmó saber que había alguien que estaba en el mismo camino que yo, usamos las mismas herramientas, tenemos la voz al frente en la mezcla, hay canciones de él que siento que podrían haber sido mías como 730 días y algunas mías que podrían haber sido de él, como Hoy me hace falta verte bien; pero no creo que sigamos en la misma búsqueda”, aclara Lisandro.
Con la expectativa de desarrollar una carrera musical, Aristimuño atravesó un fragoso periodo de adaptación a la gran ciudad, que incluyó fobias y ataques de pánico, colchón emocional sobre el que parió su segundo disco, Ese asunto de la ventana (Los Años Luz, 2005). El álbum duplicó las apuestas de su antecesor y abrió el camino para que la historia del pibe del sur que tocaba para unos pocos en los boliches del barrio de Palermo, le diera paso a la del músico que se ganó una parcela entre los más respetados de la música actual de la vecina orilla.
“Le tocó elegir entre dos caminos: hacerse amigo del éxito en una celebración ególatra o continuar tejiendo su universo artesanal como si nada hubiese pasado”, dijo Ignacio Bouquet en Rolling Stone, coronando con cuatro estrellas el segundo disco de Lisandro. Ese asunto de la ventana conservó la esencia del universo Aristimuño
que se vio notablemente enriquecido por su evolución como compositor, intérprete y productor artístico de sus canciones. La voz desgarrada o excesivamente afectada de algunos tramos de su primer trabajo, le dio paso a una más sutil y auténtica, “en mis primeros demos cantaba imitando a Gustavo Cerati, era una cosa muy adolescente, de fan, que formó parte del proceso de encontrar mi propia voz, todos hemos imitado a alguien alguna vez”, dice Aristimuño que en esa búsqueda dio a luz canciones que refrescan un amplio abanico de géneros.
LA CANCIÓN AL PODER
“Somos muchos los que estamos en la búsqueda de la canción”, asegura Lisandro
en el contexto de un show compartido con dos expertos en la materia, como el argentino Kevin Johansen y el carioca Paulinho Moska. La campaña de prensa del primer evento en concretar la inminente comunión entre algunos músicos de Brasil, Argentina y Uruguay, prometía “canciones con pasaporte para derribar cualquier frontera” y la consigna se cumplió al pié de la letra. Con sus baladas urbanas cargadas de vientos del sur, Aristimuño enriqueció el coktail bilingüe que Moska y Johansen ofrecieron en una afectuosísima velada, que se repitió en Buenos Aires y en Río de Janeiro.
“Estamos muy conectados con la canción como dueña de todo, no decidimos componer un reggae, es la canción la que lo pide, ése es el germen, el género viene después y somos unos cuántos los que estamos en esa búsqueda que me encanta”, dice Aristimuño, “me gustaría que mis discos fuesen distintos entre sí, la música tiene que tener ese juego de estar al borde y si sale una cumbia, hacerla, estoy terminando mi tercer disco y tiene más estilos y mezclas que ninguno”, agrega.
Mientras, una zamba drexlerieana o una tímida baguala, la conjugación perfecta entre la soledad patagónica y el habitar desnorteado de la capital porteña, hacen de la propuesta musical de Aristimuño un combo que se viene gestando desde el niño que escuchó a Harry Belafonte, los Beatles, folklore latinoamericano y la nueva trova Cubana; y el adolescente que se nutrió con cassettes de Charly García y Soda Stereo. De adulto, en su recorrido por la música de Brasil y Uruguay, Lisandro se define como un novato, “estoy esperando que alguien me guíe por la música brasilera, de la que sólo escuché algunas cosas de Caetano Veloso y Tribalistas, con Uruguay me pasa más o menos lo mismo, aunque me gustan mucho Fernando Cabrera y Martín Buscaglia , algunas cosas de Leo Maslíah, y soy un fanático enfermo del disco El Recital (Ayui, 2003) de El Príncipe”, dice Aristimuño que rescata de su mochila el flamante disco de Cabrera, Bardo (Ayuí 2006).
Por su parte, Kevin Johansen, al frente de los Desgenerados (en alusión a la ausencia de un género característico) o los Subtropicalistas (en referencia a la influencia del Movimiento Tropicalista que bajó desde Brasil a Argentina y Uruguay), fue contundente: “lo que se vio esta noche fue sólo la punta del iceberg, el inicio de algo que dará mayores frutos”, dijo el argentino en el Plaza.
Lisandro se muestra entusiasmado con la naciente reunión pero, reacio a las etiquetas, prefiere diluir el concepto de movimiento, para concentrarse en un momento histórico que facilita el encuentro. “Siempre existieron músicos contemporáneos haciendo cosas similares, pero nunca fue tan fácil escucharse mutuamente, Internet es la clave, este encuentro se está dando gracias a eso, los músicos siempre tenemos ganas de juntarnos”, opina.
La zamba y la chacarera, la baguala, la cumbia, el reggae, la milonga, reviven más allá de las banderas y las etiquetas, en manos de un grupo de artesanos de la canción que abre un nuevo frente de posibilidades a la hora de consumir música,y entre ellos tiene su lugar Lisandro Aristimuño. Poco importa si la industria cultural se relame ante este inminente nicho del mercado, como dicen ellos –los subtropicalistas, los templadistas, los de la estética del frío-, lo único que importa es la canción.
Pócima de aires folklóricos conviviendo con sutiles vetas electrónicas, así es la impronta del cantautor argentino mimado por el público y la prensa de su país, que llegó por primera vez a Montevideo en el marco de un concierto compartido por los músicos Kevin Johansen y Paulinho Moska. Como invitado, Aristimuño sembró un puñado de canciones que dejaron expectantes los oídos de las casi 5 mil personas que agotaron las dos funciones del Plaza en Septiembre y abonaron el terreno para su presentación formal, el 23 de Noviembre en Central.
En su blog (azulesturquesas.blogspot.com.) un comentario anónimo traduce y resume ese estado de cosas: “agradable sorpresa esperando a Kevin y Paulinho, tenés al público uruguayo expectante, ¡volvé!”.
COSECHARÁS TU SIEMBRA
Con la distancia necesaria para redimensionar las cosas que fueron cotidianas y ya no lo son, Lisandro Aristimuño llegó a la capital porteña desde Viedma
-mil kilómetros al sur, en la Provincia de Río Negro- en pleno cacerolazo. Con el contraste entre el paisaje del punto de partida y el de llegada, toda la Patagonia se le vino encima y quince días después tenía compuestos y grabados todos los temas de Azules Turquesas (Los Años Luz, 2004), su primer disco. “Haber vivido durante muchos años en un lugar y no haber percibido muchas cosas por tenerlas cerca fue una gran inspiración, tenía todo eso en mi sangre y hasta que no estuve tapado de edificios y de gente no me di cuenta, se me hizo como una montaña con todo eso, se me vino el viento del sur y empecé a componer”, dice Aristimuño, que en ese contexto hostil del corralito y los cartoneros, salió con su demo en la mochila a golpear las puertas de los sellos discográficos.
Azules Turquesas es una cajita llena de paisajes, olores y rumores de la Patagonia, fabricada en plena selva porteña. El disco trepó desde el anonimato y alcanzó vertiginosamente un lugar entre los mejores del año, según las encuestas de las revistas Rolling Stone e Inrrokuptibles, y de los principales diarios bonaerenses. Su nombre pasó de boca en boca. “Todos hablan de Lisandro Aristimuño”, dijo la prensa y las comparaciones con artistas como Jorge Drexler, no faltaron. “Comparar es algo muy mediático, de periodista, pero cuando salió Azules Turquesas me regalaron Frontera (Jorge Drexler, EMI Odeón 1999) y lo escuché muy parecido, me entusiasmó saber que había alguien que estaba en el mismo camino que yo, usamos las mismas herramientas, tenemos la voz al frente en la mezcla, hay canciones de él que siento que podrían haber sido mías como 730 días y algunas mías que podrían haber sido de él, como Hoy me hace falta verte bien; pero no creo que sigamos en la misma búsqueda”, aclara Lisandro.
Con la expectativa de desarrollar una carrera musical, Aristimuño atravesó un fragoso periodo de adaptación a la gran ciudad, que incluyó fobias y ataques de pánico, colchón emocional sobre el que parió su segundo disco, Ese asunto de la ventana (Los Años Luz, 2005). El álbum duplicó las apuestas de su antecesor y abrió el camino para que la historia del pibe del sur que tocaba para unos pocos en los boliches del barrio de Palermo, le diera paso a la del músico que se ganó una parcela entre los más respetados de la música actual de la vecina orilla.
“Le tocó elegir entre dos caminos: hacerse amigo del éxito en una celebración ególatra o continuar tejiendo su universo artesanal como si nada hubiese pasado”, dijo Ignacio Bouquet en Rolling Stone, coronando con cuatro estrellas el segundo disco de Lisandro. Ese asunto de la ventana conservó la esencia del universo Aristimuño
que se vio notablemente enriquecido por su evolución como compositor, intérprete y productor artístico de sus canciones. La voz desgarrada o excesivamente afectada de algunos tramos de su primer trabajo, le dio paso a una más sutil y auténtica, “en mis primeros demos cantaba imitando a Gustavo Cerati, era una cosa muy adolescente, de fan, que formó parte del proceso de encontrar mi propia voz, todos hemos imitado a alguien alguna vez”, dice Aristimuño que en esa búsqueda dio a luz canciones que refrescan un amplio abanico de géneros.
LA CANCIÓN AL PODER
“Somos muchos los que estamos en la búsqueda de la canción”, asegura Lisandro
en el contexto de un show compartido con dos expertos en la materia, como el argentino Kevin Johansen y el carioca Paulinho Moska. La campaña de prensa del primer evento en concretar la inminente comunión entre algunos músicos de Brasil, Argentina y Uruguay, prometía “canciones con pasaporte para derribar cualquier frontera” y la consigna se cumplió al pié de la letra. Con sus baladas urbanas cargadas de vientos del sur, Aristimuño enriqueció el coktail bilingüe que Moska y Johansen ofrecieron en una afectuosísima velada, que se repitió en Buenos Aires y en Río de Janeiro.
“Estamos muy conectados con la canción como dueña de todo, no decidimos componer un reggae, es la canción la que lo pide, ése es el germen, el género viene después y somos unos cuántos los que estamos en esa búsqueda que me encanta”, dice Aristimuño, “me gustaría que mis discos fuesen distintos entre sí, la música tiene que tener ese juego de estar al borde y si sale una cumbia, hacerla, estoy terminando mi tercer disco y tiene más estilos y mezclas que ninguno”, agrega.
Mientras, una zamba drexlerieana o una tímida baguala, la conjugación perfecta entre la soledad patagónica y el habitar desnorteado de la capital porteña, hacen de la propuesta musical de Aristimuño un combo que se viene gestando desde el niño que escuchó a Harry Belafonte, los Beatles, folklore latinoamericano y la nueva trova Cubana; y el adolescente que se nutrió con cassettes de Charly García y Soda Stereo. De adulto, en su recorrido por la música de Brasil y Uruguay, Lisandro se define como un novato, “estoy esperando que alguien me guíe por la música brasilera, de la que sólo escuché algunas cosas de Caetano Veloso y Tribalistas, con Uruguay me pasa más o menos lo mismo, aunque me gustan mucho Fernando Cabrera y Martín Buscaglia , algunas cosas de Leo Maslíah, y soy un fanático enfermo del disco El Recital (Ayui, 2003) de El Príncipe”, dice Aristimuño que rescata de su mochila el flamante disco de Cabrera, Bardo (Ayuí 2006).
Por su parte, Kevin Johansen, al frente de los Desgenerados (en alusión a la ausencia de un género característico) o los Subtropicalistas (en referencia a la influencia del Movimiento Tropicalista que bajó desde Brasil a Argentina y Uruguay), fue contundente: “lo que se vio esta noche fue sólo la punta del iceberg, el inicio de algo que dará mayores frutos”, dijo el argentino en el Plaza.
Lisandro se muestra entusiasmado con la naciente reunión pero, reacio a las etiquetas, prefiere diluir el concepto de movimiento, para concentrarse en un momento histórico que facilita el encuentro. “Siempre existieron músicos contemporáneos haciendo cosas similares, pero nunca fue tan fácil escucharse mutuamente, Internet es la clave, este encuentro se está dando gracias a eso, los músicos siempre tenemos ganas de juntarnos”, opina.
La zamba y la chacarera, la baguala, la cumbia, el reggae, la milonga, reviven más allá de las banderas y las etiquetas, en manos de un grupo de artesanos de la canción que abre un nuevo frente de posibilidades a la hora de consumir música,y entre ellos tiene su lugar Lisandro Aristimuño. Poco importa si la industria cultural se relame ante este inminente nicho del mercado, como dicen ellos –los subtropicalistas, los templadistas, los de la estética del frío-, lo único que importa es la canción.
*Publicado en el suplemento Cultural del diario El País de Montevideo, el 13 de Abril de 2007.