sábado, 14 de noviembre de 2009

VOLVÉ A JUGAR

El primer disco de Martina Gadea


Las canciones vienen, bajan como por arte de magia. Caminando por la calle, por ejemplo, empieza a tararear una melodía durante horas, muchas, 4 quizás. Hasta que le toma cariño y luego siente miedo de perderla, entonces la graba. Antes llamaba a su casa y las cantaba en su contestador. Después anduvo con un grabador de mini cassette en el bolso y ahora el celular.
Matina Gadea empezó a hacer canciones hace 12 años, cuando tenía 20 y está a días de editar su primer disco, “Volvé a jugar” (Bizarro). “Las primeras canciones fueron poemas, yo siempre escribí, vengo del lado de la escritura 100%”, se presenta.
Allá por 2005 distribuyó informalmente un demo con algunos temas grabados y producidos por Gustavo Montemurro y otros por Andrés Ibarburu. Se llamaba “El futuro es incierto”, tenía en la tapa una foto suya de niña y adentro traía un sobrecito con las letras y dibujos en el dorso, todo hecho y plastificado con cinta de embalaje transparente, por ella, a mano. La calidad de aquellas grabaciones dista mucho de la del disco que edita Bizarro a mediados de octubre, sin embargo, en ese demo ya despuntaba el brillo de algunas como “El rey de la luna”, “Miedo” “Cabo suelto” o “Volvé a jugar”.
Con el disco en puerta y antes del show del próximo 12 de octubre en la sala Zavala Muñiz en el marco del festival Latinoamericana, Martina Gadea habló con la diaria.




*Portadas de "El futuro es incierto" y "Volvé a Jugar"



Cómo pasaste de escribir tus poemas a ponerles música?
Siempre me gustó cantar. En 1º de liceo nos íbamos de campamento y mis amigas me pedían que cantara. Hacía “Muchacha” de Luis Alberto Spinetta, Phil Collins, escuchaba “Azul con amor” todas las noches, cantaba old hits.
¿Qué presencia tenía la música en tu niñez?
Mi padre estuvo en el directorio del Sodre como 10 años y yo era la hija compinche que lo acompañaba al Teatro Solís, él tenía un palco, desde ahí veía zarzuela, ópera, ballet, después me dormía y me despertaba de un sueño divino. Nos íbamos para atrás del escenario, veía a los bailarines, a los músicos, gente extravagante, ahí tenía contacto con ese mundo súper volado de la música.
¿Y en tu casa había música?
Mi casa es una casa de la palabra, la gente siempre está hablando, en las fiestas nunca hay música, sin embargo cada uno hace su propia música. Mi padre tararea bossa nova media hora por día, todos los días. Mi madre chifla, le ponés Bach y te lo chifla perfecto ¡No sé cómo no la metí en el disco! Mi abuela cantaba mientras cocinaba, en un agudo increíble y muy bajito, era tan emocionante escucharla... Entonces, lo que siempre escuché de mi familia fue música orgánica, literalmente, del órgano garganta, no había aparatos sonando, ellos hacían la música. De ahí creo que me viene la cosa creativa de hacer melodías, si fuera un gen lo heredé exacto. Me pasa de ir caminando y me viene una canción a la cabeza (canta el comienzo de "No more lonely nights"), cuando la canto me doy cuenta que tiene una frase que tenía que ver con lo que yo venía pensando o sintiendo en ese momento, como que me contesto a mi misma con la canción, es como si pensara en términos de canción.
¿Qué tiene más peso en tus canciones la música o la palabra?
Creo que la palabra, sin embargo en la música encontré la posibilidad de que ese lenguaje se complete, como que a lo que escribía le faltaba un brazo y una pierna y cuando le puse música quedó enterito. No me gustaban mucho mis poemas, aunque mi pasión es escribir. (Peter) Greenaway dice que es un pintor frustrado y si ves sus películas, el uso de los colores, esa simetría axial, ahí se ve un poco eso del pintor.
Cuándo eras niña ¿qué decías que ibas a ser cuando fueras grande?
Detective privada (risas) ¡Por suerte no era mujer policía! De detective privada a psicóloga no hay tanta diferencia porque de alguna manera en ambos casos te enterás del mundo interno de las personas. Hay algo difícil de entender, que es cómo a alguien le puede gustar escuchar los problemas de los demás.
Has trabajado mucho con niños y eso está íntimamente relacionado con la música que haces ¿Qué te atrae de ese mundo de la niñez?
Trabajé 8 años en primaria, con niños de barrios marginales y sigo trabajando en esos contextos, ahora hago el apoyo psicológico de 100 personas que no estaban integradas a la sociedad a través de acciones del Ministerio de Desarrollo Social y el Ministerio de Trabajo. El trabajo con los niños se traduce en mis canciones, en mis dibujos, en mi manera de ser, en mi manera de ver el mundo. Me siento mejor con los niños que con los adultos. Creo que hay algo de la infancia que no debería perderse, hay un cable ancho ahí que le da una continuidad esencial a la vida, que es casi como el corazón latiendo. A veces eso se quiebra y la gente sigue adelante, pero como muerta en vida, como en un “falso-self”, algo así como transformarse en lo que se espera que cada uno sea. El otro día iba caminando por la calle y había un niño de 3 o 4 años en un balcón tratando de alcanzar algo que se le había caído. Yo iba con auriculares, escuchando el disco antes de que estuviera pronto. Vi que el niño vocalizaba algo, se le había caído un osito, que era un caballito, naranja, antiguo, divino. Lo levanté, hice una especie de relincho, se lo di y seguí. Como a los 20 metros miré a ver qué había dejado atrás y el nene había tirado el caballo de vuelta. Quería jugar. (risas). Volví, le relinché una vez más y se lo tiré, me saqué los auriculares y le dije “la próxima le pedís a tu mamá” (risas), me engancho naturalmente.
¿La elección de hacer canciones por placer y no como medio de vida fue algo pensado?
Si, es como una medida protectora y por suerte tengo otra vocación. Cuando estoy trabajando con otras personas no tengo ninguna duda de para qué vine al mundo, pero no me es suficiente, preciso de la música, porque ahí es donde más me muestro y puedo exponerme con libertad, también cuando dibujo. Me gusta poder vivir de la psicología y que la música esté libre de todo eso, sería buenísimo que todos los artistas pudieran liberarse de ese peso.
Te tomaste tu tiempo para sacar un primer disco
Si, fue muy lento, pasé por muchos formatos y formaciones hasta que empecé a sentir la necesidad de sacar un disco, que las canciones estuvieran un poco más vestidas, estaban como esqueléticas, no las alimentaba, me empezaron a dar pena, tuve ganas de cuidarlas, de darles lo que se merecían y lleva un tiempo encontrar de qué manera hacerlo. Tuve un empuje de autoestima muy fuerte de un español que se llama Albert Pla, cuando vino le di un demo mío y se lo llevó. El seguía de gira por Latinoamérica, muchas horas de camioneta y ahí lo escuchó. Uno de los mejores martes de mi vida me llegó un mail suyo en el que me hablaba de cada una de mis canciones, me decía que me había ganado el premio revelación, que se lo había mostrado a sus amigos -¡que son salados músicos españoles también!- que lo escuchaban todo el tiempo, que las canciones eran “pegadizas que da miedo”, que las tarareaban todo el tiempo, fue increíble. Ahí me ofrecieron producirme un disco, pero no era el momento. Después Albert me invitó a escribir algunas letras.
¿Montevideo es tu lugar en el mundo?
Si, totalmente, soy como un árbol que hizo raíz acá y me cuesta mucho moverme, hasta viajar.
¿Y el “Montevideo Cruel” de la canción?
Esta es una ciudad re linda, pero que sufre. Cuando trabajaba en el Cerro, veía muchas necesidades pero también veía el cielo enorme, las madres tomando mate en la puerta de su casa, los niños jugando en la calle. Cuando entraba al centro de Montevideo veía el smog, autos por todos lados, estrés, rejas, niños que pasan todo el día solos porque sus padres trabajan, la inseguridad, el miedo, el cielo parcelado por los edificios. Entonces, cuando algo está quebrado en la sociedad, todos sufrimos. En esa canción me refiero a esa desilusión, de ahí también mi vocación, como de zurcir un poco todo eso.
¿Te imaginás haciendo canciones toda la vida?
Si, estoy completamente segura de eso.






El resultado final estará en la calle a mediados de octubre. “Volvé a jugar” es un disco que abre nuevos caminos en la música de este lugar. Tiene un poco de todo y no se parece a nada. Es bueno y lo mejor de todo es que parece no saberlo.
A la particularidad de su voz, se suma la potencia del formato canción, con melodías simples, muchas veces pegadizas, y un dream team de invitados que en el librillo del disco Martina llama “culpables”, a saber: Martín Buscaglia, Martín Morón, Martín, Andres y Nicolás Ibarburu, Garo Arakelián, Urbano Moraes, Ney Peraza, Fede Lima, Rubén Rada. “Con (Ruben) Rada fue increíble, estábamos en la puerta de Fun Fun, viene el Monte (Gustavo Montemurro), y me dice: “él quiere que lo invites a cantar una canción en tu disco”, señalando a Rada, que estaba ahí paradito mirando. Se me ensanchó el corazón, porque un tipo como él no tiene ninguna necesidad de participar en el primer disco de una chica que hace canciones y sin embargo ahí estaba, manifestando su interés. Así que así fue, terminó cantando casi todo un tema y después se colgó a tocar bongos en otro tema”, cuenta.
Por fin estas canciones suenan como se merecen y eso tiene mucho que ver con el trabajo de Gustavo Montemurro, que también delata un camino andando en el terreno de la producción, encontrando una personalidad sonora que permite el despliegue de todo el potencial de Martina y sus canciones, que han pasado hasta por formatos punk-rock y en “Volvé a jugar” encuentran una sonoridad fiel a su espíritu libre y juguetón, atrevido, diverso, caprichoso, genuino. Arreglos con intenciones low-fi que le sientan a la perfección a la autora, una especie de eterna niña, que sin dejar de tomárselo enserio, disfruta de jugar con la música.


*Publicado en La Diaria 9/10/09

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