jueves, 29 de noviembre de 2007

RICARDO DARÍN



CON UNA CÁMARA ATRÁS Y OTRA ADELANTE

Actuar pareciera ser una de las funciones vitales que aprendió durante la niñez,
un hábito naturalizado. Ricardo Darín nació hace medio siglo en el seno de una familia vinculada al espectáculo, debutó con sólo diez años en una obra de teatro en la que trabajaban sus padres, dejó la escuela secundaria a medio hacer para dedicarse por completo a la interpretación y nunca dejó de hacerlo.
Actualmente hay dos trabajos suyos en cartel en Montevideo, el impecable
protagónico de XXY (2007) la ópera prima de Lucía Puenzo, y su actuación y debut como director de La Señal.
La señal es una película tan correctamente hecha sobre una historia lo suficientemente débil, como para que la herramienta y el artificio artístico se impongan sobre el argumento. El hecho de haber dirigido por primera vez lo conmueve, pero no lo mueve de su ruta instintiva, improvisada al paso.

¿Es cierto que piloteaste un avión con tu padre a los 7 años? ¿Te acordás lo que sentiste?
-(Risas). Sí, es cierto ¡Cómo no me voy a acordar! Es uno de los recuerdos más fuertes que tengo de toda mi vida.

¿Qué sentiste?
-Una mezcla de emoción, cagazo, alegría, respeto de mi padre hacia mí, no sé, fue una cosa tan fuerte, porque mi papá era instructor de aviación, no estaba loco, era un gran aviador, experto en vuelo a vela (planeadores), dominaba muy bien el arte de volar (risas). Y a veces me llevaba. Una vez estábamos en un avión de aprendizaje, de doble comando, en los que el instructor va adelante y el alumno atrás. En un momento me dijo: “prepárese que ahora va a pilotear usted”. Yo era chico y mi papá era muy grande, entonces yo desde atrás veía sólo su espalda, no veía sus manos, pensé que estaba manejando él y le dije, y me respondió “¿Ah, soy yo?”, y se puso las manos en la nuca. Ahí me di cuenta de que él no estaba al comando de la nave sino yo, que estaba aferrado a mi palanca (risas). Fue una emoción muy grande, una adrenalina muy especial.

¿Volviste a sentir algo similar otra vez?
-Similar a eso muy pocas veces, porque de alguna manera fue una especie de nacimiento

¿Y dirigir por primera vez no es como un nacimiento?
-La verdad que fue un poco más fuerte lo que te conté antes (risas).

El merecimiento parece haber llegado con cierto retraso a la vida profesional de Ricardo Darín que, tras dos décadas de trabajo, evolucionó del prototipo de galán de novelas y comedias televisivas a figura protagónica de algunas de las películas más relevantes del cine argentino contemporáneo.
Haber tomado la posta para terminar la película que empezó el fallecido director argentino Eduardo Mignogna lo puso en boca de la prensa y del ambiente del espectáculo. Éste bien podría ser el momento coronador de una carrera cuya calidad y reconocimiento han ido creciendo en los últimos 15 años. Sin embargo, Darín descree del éxito, no suele poner en práctica miradas retrospectivas y antes que estar atravesando un buen momento, se reconoce como un profesional que ya no está supeditado al éxito o al fracaso.
El gran salto se ubica en el año 2000, con Nueve Reinas, la película de Fabián Bielinsky en la que Darín encarna a Marcos, un carismático estafador que pasa de ladrón callejero a chanta profesional, por el que recibió un Cóndor de Plata al mejor Actor, uno de los numerosos premios cosechados por el film.
Sin embargo, existe un mojón anterior en la carrera de Darín, que fue Perdido por perdido (1993), cuando la crítica especializada destacó su actuación por primera vez. El debut de Alberto Lecchi pasó desapercibido, pero 15 años después el actor encuentra varias particularidades en ese trabajo. “Es posible que a esa película (como a tantas otras) se le deba el reconocimiento de haber aportado su pequeño grano de arena para poder revertir la injusta y repetida actitud que por entonces tenía el 90% del público, que se jactaba de no consumir cine argentino”, concluye.
El interés por todos los aspectos de la producción de una película fue algo que siempre caracterizó sus participaciones, pero el estrecho vínculo que Darín estableció con Lecchi, despertó especialmente ese interés, “hasta ese momento creía que con intentar actuar bien estaba todo hecho, esa fue la primera vez –lo recuerdo con mucha claridad- que empecé a introducirme en la metodología integral de la actuación en cine, que es distinta a todas las demás, muy parcializada y merece un aprendizaje profundo, aunque siempre había tenido una sensación atmosférica bastante fiel a la totalidad, ahí empecé a involucrarme voluntariamente con todo lo que pasa en el rodaje”.

A partir de Perdido por perdido, el reconocimiento a sus trabajos fue in crescendo, empezando por las amigables apariciones en El Faro (1998) de Eduardo Mignogna y El mismo amor la misma lluvia (1999), de Juan José Campanella; pasando por el éxito masivo de Nueve Reinas, un pequeño papel en La Fuga (2001) de Mignogna y El hijo de la novia (2001) de Campanella, que fue nominada al premio Oscar como Mejor película de habla no inglesa.
A Darín le resulta difícil ubicar el click que, sin lugar a dudas estuvo relacionado con la elección de abrirse de la TV al finalizar el contrato de Mi cuñado (1993),
una exitosa serie que protagonizó junto a Luis Brandoni.
El tiempo libre que eso significó lo dedicó a leer guiones y obras de teatro, lo que él llama la parte más calma de su trabajo. “Se fue dando por etapas, por suerte para mi profesión y por desgracia para mi vida personal, trabajo mucho desde hace mucho tiempo y en distintas cosas; el cine quizás es lo que más repercusión tomó y eso sí, se me dio más de grande, en la medida que pude aflojar con la televisión, que es muy exigente en términos de tiempo porque no te deja hacer otras cosas”, confiesa Darín, que desde entonces aprovechó la oportunidad de diversificar su trabajo, demostrar la amplitud de su rango interpretativo, mostrarse diverso, distinto y sorprender; de la mano de un puñado de directores que lo adoptaron como operaprimista y no lo dejaron, como Fabián Bielinsky, Juan José Campanella o Eduardo Mignogna. “Cuando para un actor como yo, sin un plan prefijado ni una ambición por querer llegar a ningún lugar determinado, se abre el juego en una forma serena y relajada, se generan espacios y proyectos distintos, empecé a encontrar un placer especial en el cambio de registro, de pasar de una cosa a la otra, tuve oportunidad de pulir el oficio un poco más y eso es muy estimulante”, explica Darín, que experimentó al máximo eso de diversificar su registro en El Aura (2005), donde interpretó a un taxidermista introvertido, parco y adorable, otra vez bajo la dirección de Bielinsky.

Con ese prontuario Darín llega nada menos que a su debut como director. Un rol que lo tienta desde hace años, pero que tuvo que calzarse casi por obligación o -
como le gusta decir a él- por herencia, cuando la muerte de Eduardo Mignogna en octubre del año pasado dejó huérfana a La señal, la película que el director argentino dirigiría, basada en una novela propia y homónima.

-Antes de recibir la propuesta concreta para dirigir La Señal ¿Venías aproximándote de alguna forma a la idea de dirigir?
Siempre me interesé por todos los aspectos de producción de una película y me lo habían ofrecido antes, pero por distintas razones no acepté, este fue un caso muy concreto y muy particular

-¿A qué respondió la decisión de retocar el guión original?
-Cuando el guión llegó a nuestras manos le faltaba el trabajo de ajuste que suele hacer un director en los últimos dos meses, tuvimos que hacerlo para tener un guión definitivo. Nos pareció que el caso policial merecía más espacio y en la medida que se lo dimos fue desplazando cosas, fue dirigiendo la historia hacia un punto distinto del original, nos pareció que teníamos al alcance de la mano la posibilidad de hacer una película de género, un policial negro, y no lo quisimos dejar pasar porque son de las menos frecuentes en el cine en este momento.

-Dijiste que aprendiste mucho de esta experiencia, pero especialmente hablaste de la post producción y señalaste que a tu edad te hizo cambiar de opinión sobre el trabajo del actor ¿en qué sentido?
Por una cuestión de tiempos del rodaje, los actores normalmente no estamos en contacto con las tomas tantas veces. Pero, en el montaje, tuve la oportunidad de aprender cosas que tienen que ver con la interpretación, a partir de ínfimos detalles, de cambios sutiles, aprendí a distinguir la diferencia que existe entre un gesto conveniente, una mirada, una pausa, una vibración, algo genuino y algo impostado.

¿Cuáles son tus proyectos?
-Mi proyecto es descansar, y para el año que viene trabajaré con Fernando Trueba sobre una novela de Skármeta, El baile de la victoria, un lindo proyecto.

¿Actor?
-Actor, si!






SIMULT CAST


Darín actor en XXYLa ópera prima de Lucía Puenzo (hija de Luis Puenzo, director de La Historia Oficial la única película argentina ganadora de un Oscar), obtuvo el Gran premio de la Semana de la Crítica en el Festival de Cannes (junto a tres premios más) y es la elegida para representar a Argentina en los Oscar y en los Goya. Grabada íntegramente en Priápolis (que aporta un contexto de particular encanto), XXY cuenta la historia de Alex (Inés Efrón) ¿una/un? adolescente de 15 años hermafrodita, con rasgos de ambos sexos a la vez. Kraken (Ricardo Darín) es el mejor padre que pudiera tener ese ser marcado por un destino tan particular. El vínculo Alex-Kraken se roba los mejores momentos de XXY, una película que, como ópera prima de Lucía Puenzo, invita a seguir sus próximos pasos.


Darín director en La señal
Quizá el mayor mérito de Darín como director de La señal sea haber gestado una película de género, cine negro made in Argentina. Una evocadora historia ambientada en 1952, en plena convalecencia de Eva Perón, época reconstruida notablemente, con herramientas como una fotografía penumbrosa, un tratamiento de descromatización de la imagen que atenúa los colores hasta que rozan el sepia y una banda de sonido a medias entre el tango y el jazz.
Corvalán (Ricardo Darín) es un detective cuarentón de medio pelo, un poco anarquista, soltero pero en vueltas con Perla (Andrea Pietra), la profesora de piano del barrio; socio y amigo de Santana (Diego Peretti). No parece haber mucho más en la vida de Corvalán, su padre internado en un geriátrico, su perro Lobo (con quien vive), el hipódromo y el billar. Una vida monótona, hasta la llegada de Gloria.

*Publicado en revista BLa 007/Noviembre.

lunes, 26 de noviembre de 2007

CIVILIZACIÓN




LA RESURRECCIÓN DE LOS PIOJOS

“Nunca imaginé que en el 2007 estaría escuchando un disco de Los Piojos”, dice mi hermano y tiene razón. La última vez que me entusiasmé con un disco de los pibes de El Palomar fue en 1996, con Tercer Arco, el disco que junto a Chactuchac (1992)y Ay, Ay, Ay (1994)conforman la impecable trilogía inicial de la banda.
Tercer Arco fue la banda de sonido de mis primeros tiempos en Buenos Aires y de los últimos coletazos de mi adolescencia, pero lo cierto es que los pibes (y nosotros) maduraron y eso, paradójicamente en una banda de rock, les sienta muy bien.
En Civilización (2007) la banda que estuvo a punto de confirmar su presencia en la voxpop (finalmente eligieron irse de vacaciones, no trabajar) suena como en sus mejores momentos y Andrés Ciro escribe y compone cosas con las que no es difícil identificarse.
El disco arranca a todo funk con Manjar, acertado puntapié inicial que coloca las cosas en el mejor estado para iniciar el recorrido: sorpresa, desnorteo y la placentera sensación de reconocer viejos guiños.
Conquistador y piojoso, Pacífico condensa el sonido esencial del disco, una mezcla de paisaje bucólico sanador y fiebre urbana interminable en una misma canción.
Civilización es una factura casi vencida pero digna, de un rock que habló de lo que nos pasaba con herramientas modernas y además, nos sacó a bailar. “Ohohoh”, invita el corito con destino de estadio.
Bicho de ciudad es uno de los mejores temas del disco y además de una melodía y unos arreglos riquísimos, tiene una poesía que merece ser transcripta: “¿Qué voy a hacer con tanto cielo para mi?/ Voy a volar, yo soy un bicho de ciudad/ ¿Qué voy a hacer? ¿Cuál es el camino a seguir?/ Voy a soñar con ese beso al regresar/ Cierro los ojos, no imagino algo mejor, respiro hondo y tomo el vino/ Y no te asustes si me río como un loco/ es necesario que a veces sea así/ Será la vida que siempre nos pega un poco/ nos encandila con lo que está por venir/ Bajo un árbol me refugio del calor, en el silencio, escucho el río/ Es perfecto el aire, la cumbre bajo el sol/ de lo que quede de mi, te llevo un poco”.
Pollo viejo trae una interesante atmósfera arrabalera moderna, mucho arreglo de cuerda conviviendo con guitarra rockera, bien rioplatense. La próxima estación es Difícil, algo así como una postal porteña del amor. Basta de penas es cicatrizante y fiestera, otra vez a bailar. Salitral tiene un aire folclórico y a la vez un pulso urbano, una poesía visceral con destino anónimo.
Con Buenos días palomar se despide la banda y dice “algo es extraño, todo está como hace años, como ayer, como hoy”.


domingo, 23 de septiembre de 2007

EL NUEVO DISCO DE ANDRÉS CALAMARO


LA LENGUA POPULAR:
EL SALMÓN VIVITO Y COLEANDO.

Acaban de dar sus primeras vueltas las canciones enteras de La lengua popular, el humeante disco de Andrés Calamaro, una de las obras inmaculadas del 2007 argentino, junto a 39º, de Lisandro Aristimuño (vaya vaya, uno tiene 46 años y otro 28 ¿Qué pasó en el medio?). Digo las canciones enteras porque hace un tiempo que las vengo escuchando cortadas al minuto, que era lo que había en la red hasta hace unos días.
Existe una especie de mito popular que indica que las mejores letras y melodías, son las que chorrean del filo, del extremo, del límite. Calamaro lo probó y lo comprobó (muy especialmente) en El Salmón, una auténtica oda correligionaria de días oscurecidos a persiana baja y noches iluminadas por excesos.
Pero la vida es balanza, blanco y negro, lluvia y arco iris, bajón y subidón. Así que La lengua popular no desmitifica el arte que nace de los extremos, pero hace de la estabilidad o de la madurez, un arte. Calamaro volvió de la muerte, una muerte productiva, sí, pero qué bueno escucharlo vivo, enamorado, sin espinas, haciendo promesas, pidiendo deseos, despotricando pero desde adentro. Qué bueno, Calamaro volvió para quedarse, al menos por un tiempo. Y eso merece, al menos, que destapemos un vino a su salud y lo tomemos escuchando el disco.

1. LOS CHICOS. Violenta apertura trash, la resaca de los días sin final, de las maratones compositivas a persiana baja, traición y nostalgia. Resacas del Salmón, del Calamaro más herido. Cenizas del infierno.

2. CARNAVAL DE BRASIL. Como debe ser, el segundo es uno de los mejores temas del disco. Mezcla un tema fascinante como el de las musas -sobre todo si de las de Calamaro se trata-, con esa impronta liviana del calor de Brasil. Optimista. Bucólica. Hermoso estribillo de efecto barrilete. "No son mujeres ausentes, no son cuchillos en los dientes, no son martes de carnaval de Brasil, las musas no son, canciones urgentes, no son asuntos pendientes, no son martes e carnaval de Brasil, tristeza nao tem fim". Los gritos de la vuelta final no hacen más que parar los pelos y confirmarlo: el Salmón está vivito y coleando.

3. CINCO MINUTOS MÁS (MINIBAR). Tema esencial del disco en lo que respecta a espíritu compositivo y sobre todo al sonido. Es posible que ese ambiente de fiesta familiar o kermés de club barrial sea una de las constantes de La Lengua Popular.

4. SOY TUYO. Una obra casi perfecta, algo así como una versión mejorada de Catalina Bahía (himno erótico de de Pedro y Pablo que Calamaro versionó excelentemente en un bonus track de Alta Suciedad en 1997), menos hot y más tierna, más espiritual. “Me gusta desarmarme arriba tuyo, me gusta demasiado ensuciarte, besar tu flor inmediata, besarte atrás y adelante... desarmarme en el vaivén de tu cintura/ remar sobre tu espalda y naufragarte”.

5. MI GIN TONIC. Posiblemente sea el tema más Rodríguez del disco. Quién sabe a quién se refiere cuando dice: “No me digas que voy a tener que ir a ver a tu grupo del siglo pasado en La Bombonera” ¿A Los Piojos quizá, cuyo líder Andrés Ciro es el ex de Julieta Cardinali, actual mujer de Calamaro y madre de su hija Charo? No importa, el chisme es pisoteado por una de las mejores frases del disco: “hay días para quedarse a mirar, hay días en que hay poco para ver, hay días sospechosamente light, hay un deseo que pido siempre que pasa un tren”.

6. LA ESPUMA DE LAS ORILLAS. ¡Cumbia nena! Y qué bien le queda a Calamaro. Ya lo habíamos degustado en El regreso, con Tuyo Siempre.

7. CADA UNA DE TUS COSAS. Otra de las canciones más lindas del disco. Tiene algo de la bellísima Los aviones (Honestidad Brutal, 1999), con esa nostalgia porteña que él logra musicalizar y nombrar como pocos. Un Calamaro que se agitana un poco, discreto y tímido, pero con resto.

8. COMEDOR PIQUETERO. Calamaro justiciero, politizado, irónico, crítico, corrosivo, indomable.

9. SEXY Y BARRIGÓN. Sandro del 2007. Genial autorretrato de un rocker cuarentón.

10. DE ORGULLO Y DE MIEDO. Es una hermosa canción, si no fuese porque llamarse Andrés Calamaro hoy, no es gratis. Y ésta bien podría ser una canción de Coti Sorkin (coautor de algunos temas con Andrés como Los Aviones y fiel imitador). Los acordeones podrían ser de la Venegas y cerramos el (con)trato. Igual, el original sigue superando la copia.

11. LA MITAD DEL AMOR. Un tema prescindible, si no fuese por algunas frases jugosas como “voy a tomar para olvidar, voy a tomar unas medidas urgentes, voy a tomarme hasta el pelo, mi pelo por favor, con mucho hielo” ó el autobiográfico estribillo “parte de mí no cambió y a la vez, ya no soy el viejo Andrés que no dormía jamás, qué subidón, qué momento ideal, encontré la mitad del amor”.

12. MI COBAIN (SUPERJOINT). Mhhhhh. ¿No está mal que una canción no tenga comentarios, no?

lunes, 10 de septiembre de 2007

CABRERA EN LA ZITARROSA


Méritos y merecimientos

El sábado 8 de Setiembre fue uno de esos días en los que la brisa cálida le da un respiro al frío invierno montevideano y la gente llena las calles, la rambla, los espacios verdes. Uno de esos días que anuncian el verano y todo se vuelve más liviano. Liviana, caminé hasta la Sala Zitarrosa a ver a Fernando Cabrera, ese increíble hombrecito mutante sin edad y sin tiempo, artífice de las canciones más logradas y hermosas que se han hecho en esta ciudad.
Cabrera viene experimentando, desde hace algunos años, una especie de verano que lo viene poniendo más y más liviano, lo suelta, lo deja fluir, deja que le salga todo eso que antes se atrincheraba en su quietud, su inmovilidad, en su inexpresión casi absoluta. Ahora Cabrera habla, sonríe, hace bromas, juega con su voz, canta en inglés, hace cumbias y versiones.
El impecable show se abrió con un ensamble de Morir en la capital (de Pablo Estramín) y una brillante y conmovedorísima versión de El instrumento, de Darno. Así, entretejidas entre canciones de su último disco como Despacio por las piedras, Tierra, Parecía un niño de la calle, Dulzura distante, Palacio y Puerta de los dos, Cabrera fue regalando una serie de relecturas
como Y hoy te ví (de Mateo), o Río de los pájaros, de Aníbal Sampayo, “el verdadero fundador de la canción popular uruguaya”, dijo Cabrera, con aire de justiciero, frente a un público atónito y silencioso.
“Me voy a animar a hacer algo que nunca hice en un escenario, que es cantar en inglés, les aviso por las dudas”, dijo risueño y arremetió con Black Bird, “una canción que está firmada por Lennon y Mc Cartney, pero todo parece indicar que la escribió Paul solo”, agregó, antes de arrancar con una versión desopilante, a puro hilito de voz y esa suerte de desgrano de acordes que arma las canciones como si fuesen otras, inconfundibles, únicas.
“Me contaron que Fito Páez estuvo tocando en Porto Alegre y que hizo un tema mío, con una introducción muy cariñosa, no quiero ser menos que él”, dijo antes de empezar una maravillosa versión de “11 y 6”.
Así pasó, como un soplo, la calculadísima hora y media de show, porque a las 23.30 hs empezaba el segundo. Que Cabrera haga dos shows en un mismo día con entradas agotadas, lejos de ser un dato menor, sugiere una especie de justicia terrenal o divina que llega justo a tiempo, torciendo un poco el destino trágico de los músicos uruguayos talentosos pero desconocidos, o con una vida indigna, o valorados post-mortem, como Mateo y como Darno, dos de los revisitados durante el show.
Levitando a lo Caetano, parado sobre un solo pié como un flamenco, rejuveneciendo con el paso del tiempo, Fernando Cabrera se consolida como un artista medular frente a un público que lo reconoce como tal. Cuestión de méritos y merecimientos.


miércoles, 27 de junio de 2007

SAN FELIPE


La del sábado 16 de Junio fue una de las noches más frías de este invierno, sin embargo, los montevideanos llenaron la Sala Zitarrosa atraídos por los shows de José González y Juana Molina. Ya hablé sobre el muchacho en este blog, sólo resta decir que en vivo es aún más genuino y sorprendente. Me costó asociar la imagen despojada del flaquito tímido, perfil bajo, casi mudo, risueño y solito con su guitarra criolla; a la sonoridad multi-capa que se desprendía de esa estampa. No tuve el privilegio de presenciar un show de Nick Drake, pero escuchando a este sueco hijo de argentinos sentí que debe haber sido algo parecido. ¿No es poco, no? Hay más, viéndolo en vivo supe que ya no necesita ser heredero de nadie para seguir abriéndose camino solito, con su guitarra. Una cosa es escuchar un disco totalmente acústico en el que hay cosas que parecieran estar hechas por máquinas y otra, es verlo en vivo. De ahí mi sinapsis interrumpida entre lo que veía y lo que escuchaba. ¿Cómo de algo tan austero y simple se desprende algo tan rico y complejo? Pues sí y en eso radica gran parte del encanto mántrico de José González que, con sus guitarras loopeadas artesanalmente y en tiempo real, está de vuelta de la electrónica. En fin, hasta aquí el capítulo de, como dijo la mismísima Molina al tomar la posta del escenario: “Josesito ¿Qué cosa este muchacho, no? Bah, no sé a ustedes, pero a mi me vuela la cabeza”. A ver si me explico, después de un espectáculo semejante hay que remar con la incertidumbre e ingeniárselas para encontrar un plan que esté a la altura de la noche, para que no decaiga abruptamente, un plan que deje rumiar la belleza que acabamos de disfrutar.
Entonces, es hora de pasar a lo que de verdad quería hablar. Ese rincón de Montevideo que beatificaremos cuando este presente sea historia, ese templo que atrae fieles demagógicamente rindiéndole culto a la música, a la buena música, indefectiblemente (y no es cuestión de gustos lo que digo, sino de criterio) ¿Qué mejor lugar que ese para ir después de un show así?

Ese sábado llegamos a La Ronda alrededor de la medianoche y su capitán, Felipe Reyes, comandaba la nave como sólo él sabe hacerlo, surfando vinilos. Cuando Felipe está en la bandeja se nota apenas se pone un pie adentro, porque su presencia se recorta en el fondo del bar o porque la presencia de la música es apremiadora, nunca de fondo. Cinco años después todavía recuerdo perfectamente la primera vez que fui a La Ronda, aquella extraña sensación de estar escuchando música como en casa, con una persona que no sólo elegía muy bien los músicos, los discos y los temas sino que, además, subía antojadizamente el volumen, exactamente en el mismo lugar que yo lo subiría. Interviniendo la realidad, haciendo imposible la continuidad de cualquier charla, interrumpiendo cualquier escena o situación. Creo que Tom Waits con Downtown Train fue el climax de aquella primera vez.
Pero volviendo al sábado, la onda venía fiestera, Felipe estaba más hitero que de costumbre y tenía una bandita de adolescentes que le pedían acción pegaditos a la barra bailando. No está demás aclarar que las dimensiones del local en cuestión no supera los 25 m2, aproximadamente.
En eso estábamos, entre hits de U2, Madonna y no recuerdo muy bien qué más, cuando fue subiendo la fiebre de aquel sábado a la noche, muy naturalmente. De pronto, un tema en portugués que todo el mundo corea, es Alceu Valença con Anunciaçao, especialmente recordado por todos acá por haber sido la cortina musical de un programa de verano de mediados de los 80’s. La noche siguió transcurriendo, Felipe seguía comandando su nave desde el fondo de la barra, pispeando la reacción de los comensales y especialmente motivado por el trío de adolescentes que desde otro plano de la realidad se mostraba cada vez más afectado por su música.
De José González ya nos habíamos olvidado cuando sonaba I’m walking on sunshine, aquel éxito de mediados de los 80’s también, que un comercial de telefonía celular refrescó más de dos décadas después. La cosa fue así, no sé cuánta gente había en ese cubo oscuro y luminoso que le hace frente al viento del sur del invierno montevideano (no quieran imaginarse lo que sucede en las primeras noches cálidas de primavera); no importa, parecíamos unos cuántos coreando ‘voy caminando por el sol’ cuando Cabrera, sí, el mismísimo Fernando Cabrera, desde algún vinilo paralelo, se apersonó en la velada a través de El tiempo está después, con un resultado similar a esto (traten de escucharlo): I’m walking on sunshine, uhooo... La calle Yupes.... I’m walking on sunshine... La calle Yupes.... y así. Felipe Reyes pinchó ambos discos, unos pocos parroquianos atentos lo percibimos espectantes. Así lo fue asomando hasta que lo largó, largó desde el comienzo hasta el final, sin interrupciones y a un volumen muy alto, El tiempo está después, de Fernando Cabrera. Sí. Y todos cantaron. Todos sorprendentemente cantaron, perfectamente, una a una las palabras de una canción sin palabras. No sé si me entienden, creo que no, creo que es imposible entenderlo si no se vivió. En una ciudad helada, casi desierta, donde el viento mostraba lo que era capaz de hacer sacudiendo las hojas de las palmeras y azotando el agua contra la rambla, ahí afuera, un grupo de gente cantando a viva voz “la primavera en aquel barrio/ se llama soledad/ se llama gritos de ternura/ pidiendo para entrar/ y en el apuro está lloviendo/ ya no se apretarán/ mis lágrimas en tus bolsillos/ cambiaste de sacón/ Un día nos encontraremos / en otro carnaval / Tendremos suerte si aprendemos / que no hay ningún rincón / que no hay ningún atracadero / que pueda disolver / en su escondite lo que fuimos / el tiempo está después”. Terminó la canción y ahora sí que me quedo sin palabras. Como todos los que estábamos ahí esa noche, no quedó otra más que aplaudir. Cerrar la boca y aplaudir. Creo que ni el mismísimo Felipe Reyes, capitán a bordo, encontró palabra. Elijo la fachada de su templo, con y sin su estampa para que este relato llegue a su fin.




lunes, 4 de junio de 2007

JUNIO EN MONTEVIDEO



JOSÉ GONZALEZ: DULCE Y MELANCÓLICO

Cuenta la leyenda que, cuando Juana Molina escuchó por primera vez a Nick Drake, se enamoró perdidamente y quiso conocerlo de inmediato. Si bien nunca pudo concretar su deseo, Molina conoció a José González, un auténtico heredero de Drake que terminó siendo copiloto de sus recientes giras estadounidenses, formato que los traerá este mes a Montevideo.
Con latinísimo nombre, José González hace canciones en inglés porque es sueco, pero hijo de padres argentinos exiliados durante la dictadura. Nacido en Guthemberg en 1978, en la banda sonora de su vida se cruzaron músicas tan heterogéneas como las de Mercedes Sosa o Silvio Rodríguez, Los Beatles, Joy Division, Massive Attack, Public Enemy, Joao Gilberto, Mateo y la lista sigue. De ahí viene este combo musical de dialéctica apariencia al que se le han adjudicado influencias de la canción latinoamericana, el flamenco, la música clásica, la bossa nova, el post-punk, el sadcore y el hardcore, el lo-fi y tantas otras globalidades.
En la era de los cantautores, con 26 añitos, el sueco-argentino en cuestión se graduó en la carrera de bioquímica y gestó durante los fines de semana, lo que terminó siendo su disco debut (Veneer, 2003), que vendió más de 500 mil copias y trepó alto en los charts británico y americano. Como si fuera poco, sus canciones musicalizaron publicidades de Sony y capítulos de la serie televisiva The OC. Mientras el hit Heartbeats (cover del dúo sueco electropop The Knife que musicalizó el comercial de Sony) alcanzó el puesto número uno en el ranking de ringtones británicos, José editó un EP con 5 temas (Stay in the shade, 2006 ) que funcionan a manera de adelanto de lo que vendrá.
Esta caravana de sucesos lo depositó en un indiscutible lugar de prestigio internacional, la prensa y los fans lo coronaron con laureles como “el heredero de Nick Drake y Elliott Smith”, agregando las adecuadas súplicas de que González no termine como ellos, que se suicidaron con 26 y 34 años, respectivamente . Y es que José escribe canciones similarmente dulces y melancólicas, simples, vacías en apariencia, despojadas por elección estética, otoñales, domingueras. El suyo es un ambiente acústico, generado por guitarras loopeadas artesanalmente que tejen atmósferas hipnóticas y contemplativas, de sesgo independiente, casero y artesanal. Minimalismo en estado puro que conduce a las profundidades de la canción de autor internacional de estos tiempos.

*José González y Juana Molina se presentan el 16 de Junio a las 21, en la Sala Zitarrosa. Su disco Veneer se editó en Argentina a fines de 2006 a través del sello Pop Art.




JULIETA VENEGAS: ES SÓLO POP PERO ME GUSTA

No seré una mujer perfecta, de las que volteas al ver pasar. No seré alta y maravillosa... No sabré andar como una princesa, ni vivir como en alta sociedad...”, dice Julieta Venegas en una canción de su 4º y último disco, Limón y Sal (2006, Sony BMG) ganador de un Grammy al Mejor álbum de Pop Latino. Como la mujer que describe su canción, esta especie de oveja negra del género musical más plástico, explicó en las conferencias de prensa de lanzamiento del disco que ya lleva vendidas más de 800 mil copias, que “se llama Limón y Sal porque así todo sabe más rico, la combinación de estos dos elementos produce sólo sabrosura y cuando se le agrega tequila... mmm”.
Mientras los artistas se debaten entre distintos trucos para salvar sus privacidades de lo público, Venegas no titubea en declarar que sus letras son autobiográficas. Así va por la vida, sin documentos, como la canción de Los Rodríguez que mariachizó en su último disco. Declarándose a favor de la despenalización del aborto que puso en práctica su país, entusiasmada con un desnudo masivo que se llevó a cabo en el Zócalo de la ciudad de Méjico promovido por el fotógrafo Spencer Tunick, sintiendo que la sociedad mejicana va dejando de ser conservadora para empezar a abrirse.
Con voz, conducta y canciones casi adolescentes, esta mujercita de 37 años nació en Long Beach, California, pero creció en Tijuana, lugar de encuentro de dos culturas que se refleja naturalmente en su obra. Allí estudió piano desde los 8 años como hobby y empezó a responder “directora de orquesta”, cada vez que alguien le preguntaba qué quería ser cuando sea grande. A los 22 años se mudó a la ciudad de Méjico, donde formó parte de algunas bandas, hizo música para obras de teatro pero, básicamente, descubrió el acordeón, ese bellísimo instrumento que lleva recostado en el pecho hasta hoy , con el que empezó a componer sus primeras canciones. Así llegó su 1º disco solista Aquí (1997, BMG Ariola), producido por Gustavo Santaolalla. Tres años más tarde se editó Bueninvento (2000) el más rockero de su carrera, que contó con un dream team integrado por el guitarrista de Tom Waits, el baterista de REM y Beck, el bajista de Lou Reed y el saxofonista de Los Lobos, entre otros. Ese mismo año participó de la banda sonora de Amores Perros, la paradigmática película de Alejandro González Iñárritu, director de Babel. Sin embargo, Julieta despegó masivamente con (2003), de la mano de Coti Sorkin (autor de Color Esperanza) y Cachorro López, que estuvieron a cargo de la producción de un álbum que radicalizó el condimento pop de su propuesta y el primero donde ella misma empieza a meter mano como co-productora. El resultado llegó con creces, el álbum fue un indudable éxito comercial que desperdigó semillas de Venegas por el mundo. Sal y Limón es el disco que viene después, en el que ese background mezcla de niña mala con mujer maravilla, parece encontrar su clímax.

*Julieta Venegas actuará el 12 de Junio, en el cine Teatro Plaza. Anticipadas en red UTS


CURSI PRESENTA DELIVERY

El 2007 no es un año más en la historia de Cursi. La banda comandada por Diego Drexler (29) y Fabián Krut (38) está cumpliendo 10 pirulos con Delivery (Pavimento Records), un disco que refleja que los chicos crecieron. El eclecticismo de una banda irreverente y desprejuiciada termina de madurar como una propuesta artística sólida. Si bien en Delivery están los clásicos bailables light de cursilandia como No te Peines, éste es un trabajo claramente menos fiestero que los anteriores, más bien catártico, con muestras como Jueves 16/11, que fue compuesta el día que Australia eliminó a Uruguay del último mundial de fútbol y capta lo que se respiró aquella mañana con instantáneas como “quiero desterrar este bajón que inunda la ciudad, hoy me es imposible soportar el ruido del silencio”. Todo sobre una base de electro-marcha camión y con un nuevo guiño a la música popular local, esta vez citando a Fernando Cabrera, “dijo un poeta alguna vez que el tiempo está después”. Otros tramos intensos del disco son No me dejes de Querer, la hermosísima Se va Seba, Ya va a venir (de Krut) y Cian, una incursión instrumental a cargo de Drexler. Delivery además inaugura una etapa independiente de la banda, con la creación de Pavimento Records y la edición del disco en Argentina, a través del sello Los Años Luz.
Después de presentar el disco en Buenos Aires, los Cursi llegan al Movie con una esperada puesta en escena a cargo de Luisa Enríquez, y a la formación de la banda que se completa con el baterista Javier Cardelino, se le sumarán invitados sorpresa. Todo parece indicar que este no será un show más en la historia de Cursi, que presentará un repertorio coherente con el plan intimista del último disco.

*Cursi presenta Delivery el Jueves 7 de Junio en la Sala Teatro Movie Center. Entradas a $ 250 en a boletería del teatro y $150 con OCA. Venta telefónica 200-2511. Más info del show en crusi.com.uy




*Publicadas en la revista Bla de Junio.


sábado, 2 de junio de 2007

LISANDRO ARISTIMUÑO/ 39º


Soplando en el viento


Las postales patagónicas siguen encontrando una exquisita banda de sonido en las canciones de Lisandro Aristimuño. Darle play a su reciente tercer disco, 39º (Los Años Luz, 2007) es iniciar un viaje, exactamente igual que con sus antecesores Azules Turquesas (Los Años Luz, 2004) y Ese asunto de la ventana (Los Años Luz, 2005), notablemente perfeccionado.
Aristimuño afianza la personalidad de su interpretación, deja en claro que como productor tiene resto y conserva el lugar que conquistó como compositor entre los músicos más preciados del rock y el pop argentinos, no sólo entre los de su generación, sino también entre los clásicos consagrados. Con canciones como “Algún lado” o “Para vestirte hoy”, Lisandro camina por terrenos que bien podrían estar a la altura de himnos nacionales como “Dale alegría a mi corazón” (de Fito Páez), “Flaca” de Andrés Calamaro o “Seguir viviendo sin tu amor”, de Luis Alberto Spinetta. Es decir, cosas que llevan tiempo sin suceder en el rock argentino.
La letras, uno de los terrenos más frágiles de Lisandro Aristimuño, traen aires de un saludable interés por contar historias, pintar paisajes, gente, intentar poner en palabras lo que se siente, desde un punto de vista más emotivo y humanizado, que hace a un lado cierta pretensión poética más vacía o abstracta de sus discos anteriores. “Ya no llueve más, hay olor a flor y a tierra mojada, me decido a ser pluma en tus manos”, dice en “Plumas” o “no preguntes cuántos espejos me encandilaron hoy, tu noche de excesos, tu feria de besos, tu cara en la hora del té/ Vos podés darme días que tengan tus canciones”, en “Tus canciones”. Festejada aparición la de Liliana Herrero y no tanto la de Critóbal Repetto (la voz tanguera -como congelada en el tiempo- que apareció en Bajofondo) que poco tiene que ver con el universo estético que plantea el disco. El aporte de la intérprete entrerriana en “El Plástico de tu perfume”, acentúa las reminiscencias fitopaezcas que tiene el track 8 de Aristimuño (“Canción de amor mientras tanto” del rosarino, en el disco Ey!).
39º es un disco invernal, que llega a tiempo para prender el fuego, descorchar un tinto y escucharlo, como recomiendan en algún rincón de la web. A tiempo para preguntarse ¿quién dijo que todo está perdido? Si pareciera que las canciones de Aristimuño vienen a ofrecer su corazón.

*Lisandro Aristimuño presenta 39º en Montevideo el 28 de Junio, en la Sala Zitarrosa. Imperdible.



viernes, 1 de junio de 2007

AYUÍ REMATA RELIQUIAS


¿Vuelven los vinilos?

Por el momento pensamos que no. Pero desde hace tiempo muchos amigos y clientes nos consultan acerca de los vinilos que aún tenemos.Se trata de un material de archivo, nuevo, sin uso, para coleccionistas y aficionados a este formato, tan querido para muchos.Estas son algunas de las joyitas de la lista disponible:

Tiempo de cantar - varios
El viento en la cara - Fernando Cabrera
Candombe del 31 - Jaime Roos
A redoblar - Varios
Bola de nieve, voz y piano


Increíble pero real: $u120 cada uno

Músicos uruguayos en Argentina

Nadie es profeta en su tierra

En la vecina orilla se encendieron los radares que apuntan hacia Uruguay en busca de una personalidad musical única. Un grupo de músicos casi desconocidos en la escena local se prepara para sembrar sus canciones en Argentina con el respaldo de prestigiosos sellos independientes.

En el contexto del bloqueo de los puentes terrenales entre Argentina y Uruguay,
nuestra música cruza sin interferencias y hasta la vecina orilla no para.
Al otro lado de río, algunos sellos independientes apuestan a artistas que son prácticamente desconocidos en Montevideo y hasta abren sus espacios exclusivos para editar música de acá, como Los Años Luz que acaba de estrenar su división .uy con el Trío Fattorusso y el cuarteto La Otra, y se prepara para dar a luz en mayo a los humeantes El evangelio según mi jardinero de Martín Buscaglia y Soy sola, de Ana Prada.
Con el mismo plan, Random Records estrenará en las bateas porteñas Vacío, el tercer disco de Daniel Drexler, un experto pionero en eso de cruzar el río.
“Buenos Aires siempre tuvo una gran vocación de vanguardia y es una gran caja de resonancia, por el hecho de tenerla ahí enfrente y compartir tantos patrones culturales siempre me pareció cruzar era un paso lógico a dar”, dice Daniel, que lo hizo por primera vez hace 10 años y el 20 de abril presentará su disco argentino con su banda -íntegramente formada por argentinos- en el Ateneo, un teatro céntrico con capacidad para 600 personas al que muchos artistas argentinos desearían llegar.
¿Qué hay detrás de un fenómeno por el que músicos casi desconocidos por el público uruguayo conquistan plataformas en el exterior? Una moneda que, como todas, tiene dos caras. Cara A: Argentina mira a Uruguay. Cara B: Uruguay mira al mundo.

CARA A
Sin lugar a dudas, el proceso de elección y de asunción del gobierno del Frente Amplio nos mantuvo en el foco de atención de los países vecinos, sin embargo, esto que se traduce en algunos medios porteños como “Uruguay está de moda” según parece, lejos está de serlo. “Buenos Aires es una ciudad muy histérica, quiere saber cuál es la vanguardia de la vanguardia, se maneja mucho por modas y con la música uruguaya la pendiente sigue creciendo, conservamos un lugar más allá de los empujones de la moda” afirma el mayor de los Drexler. Al frente de Los Años Luz, el primer sello argentino con un brazo dedicado exclusivamente a artistas uruguayos, Nani Monner dice que “la idea volaba por el aire hace rato, por el cariño que le tenemos a vuestro país y porque pensamos en plasmar de alguna manera el puente que, natural y culturalmente existe, la música uruguaya completa le panorama del Río de La Plata y a partir de esa idea surgió la de LAL.uy” El romance entre las capitales del Plata lleva años gestándose, Los Shakers, Alfredo Zitarrosa, Rubén Rada y Jaime Roos fueron los antecesores de un cruce que exportaba los productos más tradicionales y masivos del paisito. Es posible que, con el descubrimiento de Jorge Drexler los argentinos se hayan largado a buscar las perlas ocultas de nuestra música “con la presencia de Jorge la entrada de nuestra música en Argentina se vio favorecida, siempre estuvimos presentes, pero más desde el candombe y la murga, esta nueva camada de músicos que está cruzando ahora no es masiva” dice Ana Prada. Que la música de Uruguay está en la lupa –no sólo en Argentina- es un hecho consumado, pero ¿qué encuentran los sellos extranjeros en las canciones de acá?
La creación musical en nuestro país también es una moneda que tiene dos caras,
por un lado la soledad del músico en su creación, la ausencia de grandes oportunidades y un mercado real casi inexistente habilitan, por otro, un vínculo más libre con el arte de componer y es posible que de esas condiciones de producción hayan surgido propuestas tan exclusivas como la de Eduardo Mateo, Fernando Cabrera o el Príncipe, cuyo disco Amor en el Zaguán también saldrá este año por LAL.Uy. Ana Prada dice al respecto que “acá no hay mucha expectativa delante de la composición, hacemos lo que queremos, lo que nos gusta y nos divierte, ése es el toque diferencial de músicos como Cabrera que han marcado no sólo un estilo de música sino de vida, uno siempre compone para los demás, pero no es lo mismo componer para que esos demás sean millones”. Si con esta generación de cantautores sucede algo similar a lo que experimenta el rock uruguayo más masivo en su carrera por la exportación, el buen destino se asoma también para estos productos más sofisticados de nuestra música. “Hay una demencia muy linda con la música, una búsqueda real, existen cosas que no se pueden encasillar en un estilo o género”, dice Martín Buscaglia que, en un plan optimista agrega: “en Argentina no hay cosas que se parezcan a lo que hacemos y me parece que está bueno que exista la posibilidad de que el público investigue más allá de lo popular y masivo”.

CARA B
Que el exterior significa una salida para muchos uruguayos no es ninguna novedad y en el terreno de la música, son cada vez más los artistas que deciden dar a conocer sus canciones más allá de las fronteras. “La canción uruguaya está cada vez mejor posicionada en el mundo de habla hispana y eso nos abre puertas a todos, tenemos la enorme bendición de escribir canciones en el tercer idioma más hablado del mundo y nos estamos dando cuenta” dice Drexler.
Ahora bien, la historia del músico que se va del país siendo un desconocido y regresa del exterior con el merecido reconocimiento, es una figurita repetida y al respecto Daniel Drexler cita a Fernando Cabrera “ya lo dijo brillantemente Fernando, somos un país de identidad adolescente y necesitamos la aprobación de alguien todo el tiempo. En los últimos 3 o 4 años hubo una maduración acelerada, se nota por ejemplo en la cantidad de presencia que tiene nuestra cultura en los medios, cada vez más”.
De todas formas, sería interesante pensar por qué Buscaglia edita sus discos y hace giras en España o Argentina, va a la casa de Arnaldo Antunes en Brasil y pasa un día entero con el gran Titás grabando el tema que abre su flamante disco. Si bien el hecho de ser reconocidos en le exterior es sumamente saludable, también lo sería que pudiesen obtener lo merecido sin irse o morirse en el intento.
“Me encanta salir y viajar, no siento mal enrosque con el reconocimiento acá, yo también elijo hacer este tipo de música, el disco nuevo es mucho menos amable que el Plácido Domingo, pero es lo que me hace feliz hacer y sucede, nadie es profeta en su tierra, no?”, dice Martín y todo parece indicar que en Uruguay hay profetas para rato.


AL OTRO LADO DEL RÍO
Para empezar a saber quiénes son y qué hacen, va una breve reseña de estos músicos uruguayos que comienzan a sembrar sus canciones más allá de las fronteras.

ANA PRADA. Soy sola es su primer álbum solista luego de haber integrado los planteles del Cuarteto Vocal La Otra y Rada para Niños. Producido por Carlos Casacuberta, una encantadora mezcla de campo y ciudad mantienen vivo el espíritu del disco de principio a fin. ¿Canciones urbanas con aire campero? es posible, lo cierto es que las chamarritas, las milongas y los valsecitos criollos conviven pacíficamente con la despojada artillería electrónica de Casacuberta.
Jorge Drexler y Fernando Cabrera son los invitados ilustres de Soy Sola, que se edita en Buenos Aires en mayo y se presenta en Montevideo el 27 de abril en el Bar Tabaré.

MARTÍN BUSCAGLIA. El evangelio según mi jardinero es su tercer disco, lleno de canciones sin bandera, mucho funk y un sinfín de instrumentos hiper- creativos (en algunos casos fabricados por su propio autor), como un una pistola de juguete con potenciómetro, un serrucho o un banjong (construido en base a una paleta de ping pong). Buscaglia compartió la producción calientemente controlada con Nicolás Ibarburu y entre sus invitados cabe destacar la presencia de Arnaldo Antunes y Juana Molina. El disco se edita en España en abril (Love Monk), en mayo en Argentina y a estar atentos, porque en junio se presentará en el Planetario de Montevideo.



DANIEL DREXLER. Vacío es el sucesor de La llave en la Puerta y Full Time (Ayuí) y el primero editado en Argentina. Preocupado por los derechos de autor que le debe a Lao Tse como fuente de inspiración, Drexler profundiza en atmósferas íntimas y contemplativas, para arrojar un puñado de canciones que evolucionan con certeza hacia el tentador destino de la simpleza.
El 20 de abril Daniel se presentará con su banda en el Teatro Ateneo de Buenos Aires y para entonces su disco ya estará en las bateas porteñas. Si bien no hay fecha de edición en Uruguay (el disco también se editará en Chile, México y Colombia) el 8 de junio se presenta en la Sala Zitarrosa.



*Publicado en el suplemento Cultural del diario El País de Montevideo, el 12 de Mayo de 2006

jueves, 31 de mayo de 2007

Lisandro Aristimuño

Viento del Sur

La austeridad del paisaje patagónico y la sordidez de una ciudad como Buenos Aires, conviven en el alma de las canciones de Lisandro Aristimuño. “Tierra mía, en el camino de tus montañas encontró mi corazón estas palabras, como una música recóndita, amparada en la fuerza cósmica de tu silencio”, decía Atahualpa Yupanqui, inspirado en el Cerro Colorado, ese rincón de la provincia argentina de Córdoba que fue su lugar en el mundo. Con las canciones de Lisandro Aristimuño sucede algo similar, remiten a su origen, se nutren del contexto, no serían las mismas sin los paisajes bucólicos y la sórdida presencia del viento de la Patagonia -su lugar de nacimiento- o sin el vértigo citadino de la capital porteña, su lugar por adopción
Pócima de aires folklóricos conviviendo con sutiles vetas electrónicas, así es la impronta del cantautor argentino mimado por el público y la prensa de su país, que llegó por primera vez a Montevideo en el marco de un concierto compartido por los músicos Kevin Johansen y Paulinho Moska. Como invitado, Aristimuño sembró un puñado de canciones que dejaron expectantes los oídos de las casi 5 mil personas que agotaron las dos funciones del Plaza en Septiembre y abonaron el terreno para su presentación formal, el 23 de Noviembre en Central.
En su blog (azulesturquesas.blogspot.com.) un comentario anónimo traduce y resume ese estado de cosas: “agradable sorpresa esperando a Kevin y Paulinho, tenés al público uruguayo expectante, ¡volvé!”.


COSECHARÁS TU SIEMBRA

Con la distancia necesaria para redimensionar las cosas que fueron cotidianas y ya no lo son, Lisandro Aristimuño llegó a la capital porteña desde Viedma
-mil kilómetros al sur, en la Provincia de Río Negro- en pleno cacerolazo. Con el contraste entre el paisaje del punto de partida y el de llegada, toda la Patagonia se le vino encima y quince días después tenía compuestos y grabados todos los temas de Azules Turquesas (Los Años Luz, 2004), su primer disco. “Haber vivido durante muchos años en un lugar y no haber percibido muchas cosas por tenerlas cerca fue una gran inspiración, tenía todo eso en mi sangre y hasta que no estuve tapado de edificios y de gente no me di cuenta, se me hizo como una montaña con todo eso, se me vino el viento del sur y empecé a componer”, dice Aristimuño, que en ese contexto hostil del corralito y los cartoneros, salió con su demo en la mochila a golpear las puertas de los sellos discográficos.
Azules Turquesas es una cajita llena de paisajes, olores y rumores de la Patagonia, fabricada en plena selva porteña. El disco trepó desde el anonimato y alcanzó vertiginosamente un lugar entre los mejores del año, según las encuestas de las revistas Rolling Stone e Inrrokuptibles, y de los principales diarios bonaerenses. Su nombre pasó de boca en boca. “Todos hablan de Lisandro Aristimuño”, dijo la prensa y las comparaciones con artistas como Jorge Drexler, no faltaron. “Comparar es algo muy mediático, de periodista, pero cuando salió Azules Turquesas me regalaron Frontera (Jorge Drexler, EMI Odeón 1999) y lo escuché muy parecido, me entusiasmó saber que había alguien que estaba en el mismo camino que yo, usamos las mismas herramientas, tenemos la voz al frente en la mezcla, hay canciones de él que siento que podrían haber sido mías como 730 días y algunas mías que podrían haber sido de él, como Hoy me hace falta verte bien; pero no creo que sigamos en la misma búsqueda”, aclara Lisandro.
Con la expectativa de desarrollar una carrera musical, Aristimuño atravesó un fragoso periodo de adaptación a la gran ciudad, que incluyó fobias y ataques de pánico, colchón emocional sobre el que parió su segundo disco, Ese asunto de la ventana (Los Años Luz, 2005). El álbum duplicó las apuestas de su antecesor y abrió el camino para que la historia del pibe del sur que tocaba para unos pocos en los boliches del barrio de Palermo, le diera paso a la del músico que se ganó una parcela entre los más respetados de la música actual de la vecina orilla.
“Le tocó elegir entre dos caminos: hacerse amigo del éxito en una celebración ególatra o continuar tejiendo su universo artesanal como si nada hubiese pasado”, dijo Ignacio Bouquet en Rolling Stone, coronando con cuatro estrellas el segundo disco de Lisandro. Ese asunto de la ventana conservó la esencia del universo Aristimuño
que se vio notablemente enriquecido por su evolución como compositor, intérprete y productor artístico de sus canciones. La voz desgarrada o excesivamente afectada de algunos tramos de su primer trabajo, le dio paso a una más sutil y auténtica, “en mis primeros demos cantaba imitando a Gustavo Cerati, era una cosa muy adolescente, de fan, que formó parte del proceso de encontrar mi propia voz, todos hemos imitado a alguien alguna vez”, dice Aristimuño que en esa búsqueda dio a luz canciones que refrescan un amplio abanico de géneros.


LA CANCIÓN AL PODER

“Somos muchos los que estamos en la búsqueda de la canción”, asegura Lisandro
en el contexto de un show compartido con dos expertos en la materia, como el argentino Kevin Johansen y el carioca Paulinho Moska. La campaña de prensa del primer evento en concretar la inminente comunión entre algunos músicos de Brasil, Argentina y Uruguay, prometía “canciones con pasaporte para derribar cualquier frontera” y la consigna se cumplió al pié de la letra. Con sus baladas urbanas cargadas de vientos del sur, Aristimuño enriqueció el coktail bilingüe que Moska y Johansen ofrecieron en una afectuosísima velada, que se repitió en Buenos Aires y en Río de Janeiro.
“Estamos muy conectados con la canción como dueña de todo, no decidimos componer un reggae, es la canción la que lo pide, ése es el germen, el género viene después y somos unos cuántos los que estamos en esa búsqueda que me encanta”, dice Aristimuño, “me gustaría que mis discos fuesen distintos entre sí, la música tiene que tener ese juego de estar al borde y si sale una cumbia, hacerla, estoy terminando mi tercer disco y tiene más estilos y mezclas que ninguno”, agrega.
Mientras, una zamba drexlerieana o una tímida baguala, la conjugación perfecta entre la soledad patagónica y el habitar desnorteado de la capital porteña, hacen de la propuesta musical de Aristimuño un combo que se viene gestando desde el niño que escuchó a Harry Belafonte, los Beatles, folklore latinoamericano y la nueva trova Cubana; y el adolescente que se nutrió con cassettes de Charly García y Soda Stereo. De adulto, en su recorrido por la música de Brasil y Uruguay, Lisandro se define como un novato, “estoy esperando que alguien me guíe por la música brasilera, de la que sólo escuché algunas cosas de Caetano Veloso y Tribalistas, con Uruguay me pasa más o menos lo mismo, aunque me gustan mucho Fernando Cabrera y Martín Buscaglia , algunas cosas de Leo Maslíah, y soy un fanático enfermo del disco El Recital (Ayui, 2003) de El Príncipe”, dice Aristimuño que rescata de su mochila el flamante disco de Cabrera, Bardo (Ayuí 2006).
Por su parte, Kevin Johansen, al frente de los Desgenerados (en alusión a la ausencia de un género característico) o los Subtropicalistas (en referencia a la influencia del Movimiento Tropicalista que bajó desde Brasil a Argentina y Uruguay), fue contundente: “lo que se vio esta noche fue sólo la punta del iceberg, el inicio de algo que dará mayores frutos”, dijo el argentino en el Plaza.
Lisandro se muestra entusiasmado con la naciente reunión pero, reacio a las etiquetas, prefiere diluir el concepto de movimiento, para concentrarse en un momento histórico que facilita el encuentro. “Siempre existieron músicos contemporáneos haciendo cosas similares, pero nunca fue tan fácil escucharse mutuamente, Internet es la clave, este encuentro se está dando gracias a eso, los músicos siempre tenemos ganas de juntarnos”, opina.
La zamba y la chacarera, la baguala, la cumbia, el reggae, la milonga, reviven más allá de las banderas y las etiquetas, en manos de un grupo de artesanos de la canción que abre un nuevo frente de posibilidades a la hora de consumir música,y entre ellos tiene su lugar Lisandro Aristimuño. Poco importa si la industria cultural se relame ante este inminente nicho del mercado, como dicen ellos –los subtropicalistas, los templadistas, los de la estética del frío-, lo único que importa es la canción.
*Publicado en el suplemento Cultural del diario El País de Montevideo, el 13 de Abril de 2007.

Rubén Olivera



“La música es una construcción colectiva"

“Componer canciones es una cosa más entre otras, como componer hijos, alumnos,
no sólo en la canción me realizo, no podría dejar de criar a mis hijos para tener un disco más, por eso cuando me preguntan por mi carrera respondo que lo mío más que una carrera es un paseo musical. Soy de la generación que fundó el TUMP (Taller Uruguayo de Música Popular), que trabaja en Ayuí/ Tacuabé, en proyectos culturales con un criterio de construcción de identidad a largo plazo”, dice Rubén Olivera, enumerando ocupaciones con cierta hiperactividad teñida de una timidez que lo acompaña desde su niñez. “Era muy metido para adentro, muy observador, supongo que lo que me vinculó socialmente fue ser un buen jugador de fútbol y después la música”, cuenta Rubén, que habitaba las calles de La Unión como “uno de los integrantes menos malandros de una bandita poco malandro del barrio” define, aún con picardía en el gesto. De esa atmósfera lúdica, de esos rumores de una siesta de verano, parecen nacer las canciones y las historias con las que Rubén cuenta su vida, como si se tratase de otra composición.
A los 8 años los Reyes Magos llegaron con una guitarra y tres años más tarde, su profesora Lilian Gatto se las ingeniaba para que el niño Rubén rindiera su segundo examen con una composición propia. “¿Cómo va a tocar una pieza de él si tiene 10 años?”, indagaba el tribunal de evaluadores. De la banda de sonido de la infancia, Olivera rescata el bandoneón de su padre y la radio de su madre, “muchas veces los músicos recuerdan sus influencias conscientes, pero las inconscientes son las más fuertes y sutiles, esos paisajes sonoros no elegidos pero omnipresentes, se transforman en hechos de temperamento y personalidad que se vuelcan en las canciones”. Como dicta una leyenda que acompaña una estampita de San Jorge, en el librillo de Interiores (Ayuí, 1996): “Existen sentimientos, objetos, situaciones, que nos son comunes, pero que de tan cercanos se vuelven invisibles y aunque dicen mucho, permanecen en silencio”, ese combo es el semillero del que brotan las canciones de Rubén Olivera.
La adolescencia lo encontró entre carpetas con decenas de composiciones propias en plan de inocente imitador de autores de distintos géneros, como Aníbal Sampayo, Osiris Rodríguez Castillo, Atahualpa Yupanqui, Iracundos y también cosas más cercanas al rock y al pop. Con la misma naturalidad con la que fue tejiendo su repertorio, dio sus primeros recitales en el ‘71, en un contexto donde la política cobró especial protagonismo en su vida. “Con 16 años toqué en actos del Frente, pero no lo hacía profesionalmente, era más un militante que hacía música, que un músico militante”.
Rubén saltó de La Unión a Buenos Aires con 17 años por razones que, si bien no implicaron ni el exilio ni el requerimiento político, fueron una firme advertencia que tomó al pie de la letra, junto a su hermano, su cuñada y un sobrino de 6 meses.
En su aparente juventud y en la serenidad de sus palabras, cuesta acomodar la intensidad de la vida que describe, desde sus programas de televisión para TV Ciudad (Músicos en la ciudad y Cajón de música) , sus investigaciones y artículos periodísticos, sus talleres y alumnos de música y su programa de radio (Sonidos y Silencios, los lunes a las 11 por Emisora del Sur 1290 AM); a su actividad en Madres y Familiares de Uruguayos Detenidos-Desaparecidos. “En Buenos Aires viví 6 años, trabajé en un bar, en una fábrica y vendiendo libros, así que siempre juntaba mis dineritos para seguir estudiando. Estas son cosas que antes no mencionaba en las entrevistas, pero retorné de Argentina en el ’78 porque mi hermano es uno de los desaparecidos uruguayos allá, así que también trato de dedicarle tiempo a mi trabajo en Familiares. ”
A un ritmo que habla más de sus necesidades como compositor que de las demandas de la industria discográfica, Rubén Olivera grabó 5 discos en 20 años, y pasaron 8 años desde una Tarde de Abril (Ayui, 1998) su último trabajo editado. Lejos de considerarlo negativo, para Olivera “sacar un disco porque llevo años sin hacerlo es invertir los términos, recién cuando uno considera que tiene algo decoroso para decir puede pensar en volcarlo a un disco”, dice con sabia dosis de humildad y genuino perfil bajo, asegurando que es una cuestión de temperamento, “pero también es algo conceptual, porque aún en países de mercados pequeños como el nuestro –lo que lo hace más patético- se genera narcisismo y una adicción a las luces”.
El recuerdo se abre paso una vez más en su gesto imperturbable y sereno, con el relato de una situación escolar en la que escuchó cómo dos maestras de 5º año, debatían sobre quién sería el flamante portador de la bandera de Artigas en el próximo acto. “Fulano es muy talentoso -decía una maestra-. Sí, pero Olivera es muy esforzado –le contestaba la otra ”, recuerda entre risas quien, desde aquel día, se considera parte del equipo de los esforzados.

MÚSICO DEL PELOTÓN

Es así como Olivera llega a la mejor definición de sí mismo y de su obra, reconociéndose como un músico del pelotón, donde la construcción de la música es algo colectivo y en la que un buen grano de arena, si posibilita o potencia la aparición de artistas que logran una síntesis masiva o de mayor alcance, tiene su valor. “Zitarrosa toma las guitarras de Amalia de la Vega, la imagen gardeliana, el melisma de la música andaluza que cantaba cuando era chico, la actitud corporal españolizada, chasqueando los dedos y mirando de costado, pero cantando milongas. El Sabalero dice que tomó la manera de frasear del bandoneón de Aníbal Troilo, son datos muy sutiles de cómo nos construimos, es una pelea muy interesante la de buscar esa esencialidad que tiene un Atahualpa Yupanqui, a la mayoría de los músicos nos cuesta encontrar eso que parece tan sencillo y fluye de manera tan convincente”, dice Rubén desde el pelotón,
donde augura con expectativas su próximo disco, sin perder el objetivo colectivo de avanzar en la construcción del lenguaje de la música popular uruguaya. “Tengo la esperanza de hacer canciones que sean más útiles, hay un círculo de energías que hay que buscar conectar, hacer las cosas por amor al arte, por amor a los demás y por amor a sí mismo.”
Tal es el estado de cosas en el presente de un músico que a paso lento pero firme, fue sembrando canciones que influenciaron a más de una generación de cantautores locales. Como era de esperar, a Rubén Olivera le cuesta ver sus granos de arena desperdigados en la obra de músicos como Daniel Drexler, que además de admirarlo, lo reconoce como influencia de sus canciones y del Templadismo, ese inminente encuentro entre músicos de Brasil, Argentina y Uruguay, unidos por criterios estéticos que no es difícil encontrar en las canciones de Olivera (*Ver Recuadro). Sin ir más lejos, Jorge Drexler incluyó Flores en el mar -un hermosísimo tema de Olivera sobre la ceremonia de Iemanjá- en Llueve (Virgin Records, 1997), el cuarto trabajo del músico uruguayo que ganó el Oscar. Simplemente fui parte del paisaje sonoro previo a su trabajo, es una actitud muy linda, desde ya que me halaga, pero me es difícil ver lo que di, se más bien lo que no di. Cuando doy un recital, acepto que me digan qué lindo, pero pido que me digan eso que dicen a la vuelta de la esquina, la búsqueda de esos rasgos de energía que completarían el arco iris de la propia comunicación es permanente”, dice el autor de Visitas, otra canción que brilla casi oculta en el cancionero del paisito, con merecidos rescates de Fernando Cabrera en algunas presentaciones en vivo. “Fernando influenció a muchísimo a músicos como Daniel y Jorge Drexler y sin embargo, al escucharlos no hay nada que se parezca exactamente a lo que él hace, se nota que está bien asimilado porque está, pero de una manera personal, es una linda forma de sacarle el jugo a los predecesores, la de no tomar lo anecdótico sino la esencia, algo parecido a lo que se dice de los hijos, que tienen los lunares y la manera de caminar de los padres, pero son otros.”


Walter Ferguson


Pinta tu aldea

Cuando Walter Ferguson recibió la propuesta de grabar su primer disco compacto, sintió que ya era tarde. Con 83 años, argumentó que no sabía cómo trasladarse
a la capital costarricense de San José, ubicada a 200 kilómetros de distancia de Cahuita, la aldea de pescadores de la provincia de Limón, donde vive desde su niñez. En verdad, a Ferguson nunca le interesó llevar su música a ninguna parte, mucho menos a un estudio de grabación porque, básicamente, no concibe sus canciones en un contexto que no sea el cotidiano.
En un universo de bananos, almendros, cacao, barcos piratas y leche de coco, creció como zurdo experto tirador de honda y constructor de balsas de madera con las que corría olas “a la antigua”. La música fue un elemento más de ese paraíso tropical donde aprendió a tocar la armónica, la guitarra y el clarinete, siendo un niño y de manera totalmente autodidacta. Con la misma naturalidad, un día terminó en “la pulpería del Turco” tarareando melodías que brotaban con tanta fluidez, que el dueño de casa no dudó en convertir ese acto espontáneo en un próspero atractivo para sus clientes.
Desde entonces, Ferguson no dejó de componer canciones, sin moverse más allá de Cahuita y sus alrededores, donde todos lo conocen y lo llaman Míster Gavitt. Así fue como el equipo de grabación de su primer disco no tuvo más opción que trasladarse al hotel donde el músico vive junto a su familia y tapizar las paredes de una habitación con colchones y alfombras, para aislar el hilo de su voz, del barullo de los perros y los loros que se colaba desde afuera.
Sorteando esos obstáculos, en 2002 se editó Babylon y, aunque Ferguson tiene todo para ser un producto de esos que David Byrne rescata del anonimato de remotos rincones del mundo; fue el sello costarricense Papaya Music el que se encargó del merecido primer registro digital de este oculto “Rey del Calipso”.
De la misma forma, dos años después se registró Dr. Bombodee (2004, Papaya Music) y, aunque los técnicos de grabación volvieron a trasladarse al hotel de Cahuita, esta vez se encontraron con un Ferguson que, gratamente sorprendido por la repercusión de su primer disco, sentía que nunca es tarde.
Apoyado en su guitarra y en una interpretación tan minimalista como conmovedora, Mr. Gavitt retrata la vida de los lugareños con una gracia trágica tan genuina, que provocó la admiración de sus colegas y generó una verdadera renovación del calipso costarricense.


AQUÍ ESTÁ SU DISCO

El calipso llegó a Costa Rica desde las Antillas, de la mano de inmigrantes afro descendientes, que lo usaban originalmente a manera de informativo clandestino, para transmitir los avatares de la esclavitud. Superando la mera noción de género musical, se estableció como una cultura regional que traduce y registra la realidad socio política a manera de sátira, en un dialecto derivado del inglés que mezcla expresiones en castellano, pero que es inaccesible para los extranjeros, sean anglo o hispano parlantes.
Como los trovadores, los cuenta cuentos, los poetas populares, los copleros o los payadores, el calipsonian siempre cuenta en sus canciones una historia que revisa la realidad del lugar, generando un basto archivo costumbrista que incluye necesariamente la alegría, como herramienta para sobrevivir al ancestral sometimiento de la raza negra.
Walter Ferguson nació moreno, de ojos azules, y a sus 88 años alimenta la leyenda
del último calipsonian. Atrás quedó el fulgor de los míticos duelos que Gavitt supo tener con célebres representantes del calipso durante los 60’s, payadas centroamericanas de las que no existe registro, como todo lo que Ferguson produjo en la plenitud de su anónima y popular carrera musical, sólo quedó grabado en la memoria de los que lo escucharon en vivo.
A mediados de los 70’s recibió un obsequio que marcaría su vida: uno de sus diez hijos le regaló un reproductor y grabador de casetes con el que empezó a registrar su obra. Desde entonces y hasta el presente, cada vez que un turista le pide un disco, responde con la pregunta: “¿Hasta cuándo se queda en Cahuita?”, y es que Gavitt, cada vez que alguien se quiere llevar sus canciones, se encierra a grabarlas, como si fuese la primera vez. Como si sus discos no existiesen, o como si el merecido reconocimiento internacional no lo habilitase a copiarse a sí mismo, sigue registrando bandas de sonido únicas e irrepetibles, que incluyen el rumor de los perros y los loros aislados en las grabaciones profesionales.
Todo parece indicar que estamos frente al último ejemplar de una especie en extinción, el último calipsonian, pero Ferguson no entiende nada de eso y se limita a asegurar que la música es un don que vive en él desde el primer minuto de su existencia. Desde esa certera calma ha comenzado a considerar su actividad musical como un posible medio de vida, pero nada ni nadie lo mueve de su aldea tropical.


DON CALIPSO

De la mano de Walter Ferguson, el calipso limonense superó las fronteras de su trinchera caribeña hacia una espontánea proyección internacional. Don Calipso no se da por aludido y no entiende, ni el número cada vez mayor de visitantes que golpean a su puerta con innumerables reverencias, ni los sucesivos premios y reconocimientos recibidos, ni los libros, documentales y cuadros que lo toman como protagonista, ni su canción musicalizando un comercial de Visa.
La inminente renovación que su trabajo significó para la música costarricense, lo ha hecho merecedor del Premio Nacional de Cultura Popular, entre otros. Las paredes de su casa se han llenado de placas de reconocimiento, el documental “El trovador de Cahuita” y el retrato de una pintora canadiense que un día golpeó a la puerta de su hotel, también lo han señalado como el protagonista de una historia que todos quieren contar. Cuando Françoise Kühn llegó desde Francia a Cahuita, conoció a Ferguson, cuando quiso saber más sobre el encantador personaje y se enteró que no había ningún material relacionado, decidió escribir un libro.
Así se editó en 2002 “Walter Ferguson: El rey del calipso”, una biografía que pretende dar a conocer diferentes aspectos del mítico y desconocido calipsonian costarricense. “Es uno de los compositores más importantes del país, pero es casi desconocido afuera de Cahuita, así que este libro lo presenta, como músico, hombre, padre y amigo”, dijo Kühn en la presentación del libro. Con entrevistas a Ferguson y a algunos amigos y conocidos, el trabajo refleja a un hombre muy humilde, agradable y de muy buen humor. La obra incluye una serie de fotos y
la válida recopilación de 70 letras de canciones que hasta entonces sólo permanecían guardadas en la memoria de Don Calipso.

La Estética del Frío


Uruguay, Brasil y Argentina: Un nuevo país musical

Las imágenes mostraban un camión de sonido que reunía a su alrededor miles de personas semidesnudas a bailar, cantar y sudar bajo el sol fuerte. Desde un estudio localizado en Río de Janeiro, el conductor del noticiero describía la escena con absoluta normalidad, como si fuese natural que aquello sucediera en junio, como si el hecho formase parte del día a día de todos los brasileros. Aunque yo estuviese semidesnudo y sudando por el calor, no me podía imaginar atrás de aquel camión como aquella gente, no me sentía motivado por el espíritu de aquella fiesta.”
Esa postal de carnaval brasileña fue la patada incial de La Estética del Frío, un libro en el que el músico y escritor Vítor Ramil expone sus reflexiones acerca de su propia creación artística y su contexto cultural y social. Oriundo de Pelotas, en el Estado de Río Grande do Sul, Ramil dice que “los riograndenses aparentan sentirse los más diferentes en un país hecho de diferencias” y encuentra en el clima templado el punto de partida que, a la vez que lo aleja de la cultura tropical de su país, lo acerca a la de Uruguay y Argentina, países con los que su Estado limita. Y es ahí donde La Estética del Frío, que comenzó siendo una conferencia de prensa que su autor expuso en Suiza y que luego también fue un libro y un disco; avanza además, hacia un inminente paradigma artístico o creativo que comparten músicos de Brasil, Uruguay y Argentina.
Que el mapa foklórico no coincide con el mapa político, lo dijo el musicólogo uruguayo Lauro Ayestarán a mediados del siglo pasado y, si bien el intercambio de la música de los tres países lleva tiempo desarrollándose, por primera vez en la historia, esa interacción comienza a darse en la instancia creativa, compartiendo un mismo marco teórico a la hora de componer.
“Puesto que la música no está en la tierra sino en el aire” -decía Ayestarán-, paralelamente a los planteos de Ramil desde Brasil en La Estética del Frío, el músico uruguayo Daniel Drexler agrupó conceptos similares bajo el nombre de Templadismo. “En una de las kilométricas charlas que tenemos con mi hermano Jorge, tiré la idea jugando con la palabra Tropicalismo, un movimiento muy importante para nosotros porque nos dio un marco conceptual a través del cual trabajar, dice Daniel
y asegura que “el Templadismo no se trata de un movimiento, sino más bien de un lugar donde los que se sientan identificados pueden encontrar ayuda para resolver algunos problemas de su búsqueda, donde las puertas están abiertas para el intercambio, como una fuente a la que quien quiere se acerca y bebe”.
Casi al mismo tiempo, el músico Kevin Johansen en Argentina inauguró el término Desgenerados para englobar conceptos similares a los de sus colegas de los países vecinos, “reconocer que la canción es un género en sí te da una libertad compositiva interminable, ser un desgenerado es ser lo que yo llamo un Subtropicalista, alguien que tiene una información muy variada y aprecia todo, hasta lo grasa, como una posibilidad estetica”, dice Johansen, a quien también la geografía le resulta determinante de la cultura, “desde Rio Grande Do Sul para abajo, somos más melancólicos, milongueros y tangueros”, asegura. Todo parece indicar que, al sur del Sur, se esta abriendo paso una inminente red de músicos que parten de un mismo marco conceptual para crear canciones que hablan de un contexto que empieza a reconocerse como similar, más allá de las fronteras.


LA ESTETICA DEL FRIO

Empezando por los tres siglos de luchas entre portugueses y españoles, el Estado de Río Grande do Sul tiene una larga historia bélica. Recién finalizada la guerra con Argentina por la posesión de la Provincia Cisplatina (hoy Uruguay), el estado brasileño protagonizó la revolución de los Farrapos, un conflicto separatista que lo convirtió en la República de Río Grande do Sul por una década desde 1835. Entre 1980 y 1990, ese espíritu de país aparte recuperó la pasión perdida y los riograndenses volvieron a cuestionarse fuertemente su identidad. En ese contexto, Vítor Ramil dejó Puerto Alegre rumbo a Río de Janeiro, más precisamente Copacabana, símbolo del verano brasilero, donde se instaló por cinco años. Allí fue que observó aquella postal brasileña del carnaval en el noticiero televisivo, que surtió efectos tan inmediatos como profundos en él: “por primera vez me sentía un extraño, un extranjero en mi propio territorio nacional (...) no necesitaba salir a la calle pregonando el separatismo: ya estaba, de hecho, separado de Brasil”, confiesa Vítor en su libro.
Fue precisamente su ser gaúcho (gaucho, gentilicio de los habitantes de Río Grande) lo que lo enfrentó a la primera idea de pertenencia y extranjerización a la vez. El mismo prototipo de gaucho que habita en Argentina y Uruguay, con su atuendo de ponchos y bombachas, su caballo y su chimarrão (mate) es el que habita exclusivamente en Brasil el Estado de Río Grande del Sur y, si bien en los países vecinos el gaucho no es un gentilicio, la cultura gauchesca es similar en los tres países, por lo que Ramil encontró en su figura un factor de identidad y separación simultáneos.
Las altas temperaturas, el sudor, la calle, el baile y la fiesta que se desprenden del cliché de Brasil tropical, denotan para Vítor una clara idea de brasilidad en la que el calor funciona como factor determinante.Y, por oposición, el frío se constituye como un elemento que iguala a todos los gaúchos en su diferencia. Es entonces cuando se pregunta “¿cuál es nuestra propia estética?” y, apoyándose en Jorge Luis Borges, responde que “el arte debe ser como un espejo que nos revela la propia cara y los riograndenses no fuimos capaces aún de engendrar una estética del frío que revele nuestra propia cara”.
La Estética del Frío constituye una genuina búsqueda de identidad en su sentido más amplio, pero específicamente en el proceso creativo, búsqueda a la que Ramil aún hoy se sigue enfrentando. “Un compositor de Río Grande del Sur que quisiese expresar su especificidad regional dentro del contexto nacional, parte, consciente o inconscientemente a un enfrentamiento con su estereotipo, terminando por evitarlo, criticarlo o someterse a él, casi siempre sin alcanzar su objetivo” dice, diferenciándose una vez más del común de los compositores brasileños, tan duchos en la tarea de crear y reconocerse en su creación. Lejos de depositar la culpa en esa identidad predominante, Ramil avanza un paso más y, ante la certeza de que la música de Río Grande, no sólo llega muy poco a los vecinos países (donde sí llega la música del resto de Brasil) sino que también su alcance es cuestionable al interior de Brasil,
se pregunta “¿de qué modo aquel que no sabe quién es va a convencer a otros respecto de sí mismo?”.
Mientras trataba de imaginar cómo sería una estética propia, divisó una imagen invernal de un cielo claro sobre una extensa y verde planicie sureña, donde un gaucho solitario abrigado por un poncho de lana, toma su mate, pensativo, con los ojos puestos en el horizonte. Aunque parezca, no se trató de una postal, “mi atención se dirigía a su atmósfera melancólica e introspectiva (...), la imagen me remitía al Sur extremo, al sur del Sur, ahí donde la pampa y el gaucho como mitos o como realidades, son comunes a Río Grande do Sul, Uruguay y Argentina” asevera Vítor Ramil, espantando los fantasmas del estereotipo y encontrándose con la pampa, protagonista innegable de su paisaje interior y del de los habitantes de los países vecinos, pero “¿qué música estaría hecha de la misma materia con la que estaba hecha aquella imagen?”, se peguntó Vítor.
Así se abre paso en esta historia la milonga, un elemento -otra vez- presente en Río Grande do Sul, Argentina y Uruguay, que brilla por su ausencia en el resto de Brasil. En su libro El folklore musical uruguayo, Lauro Ayestarán señala que la milonga “evade por el Norte la frontera uruguaya y adentrándose en el Sur de Brasil, oiremos decir en 1912 a Joao Cezimbra Jacques en su hermoso libro costumbrista Assumptos do Río grande do Sul estas definitivas palabras: Milonga, especie de música criolla, rioplatense, cantada al son de la guitarra (...)adoptada entre la gauchada riograndense de la frontera”.
Ramil, que compone milongas desde los 17 años, declara en su libro que “mientras que con otros géneros mi impulso era forzar sus límites para transformarlos, con la milonga el movimiento era en el sentido inverso, desde los límites hacia adentro, cada vez más mi tendencia era sutilizar sus características, como si estuviese atrás de una milonga de las milongas, de una milonga esencial”, concepciones que logró plasmar musicalmente primero en Ramilonga –A Estética do Frío- y luego en Tambong, su segundo y tercer disco, respectivamente.
Nada más alejado del carnaval que la milonga, nada menos extrovertido que aquel género que “el hombre canta para describir una situación espiritual, una situación de adentro, soledades que él va pintando a su manera”, en palabras del músico y escritor argentino Atahualpa Yupanqui. Finalmente la postal del gaucho empezó a emanar su propia banda de sonido, una música “interna, esencial, repetida, sin muchas modulaciones y cambios de timbres, las letras conectan el lenguaje de la ciudad y el del campo, lo coloquial y lo poético, en ellas, la mirada del poeta campesino y mi mirada urbana se confunden, muestran sus afinidades. En la milonga Vítor Ramil encontró “la expresión musical y poética del frío por excelencia” y de manera casi instantánea cedió su ceño y retomó el vínculo con una brasilidad que ya no lo excluía, porque era su propia brasilidad.


SUAVEMENTE ONDULADO

Más acá de la frontera, también consecuente con una historia que cuenta que hasta 1830 desde el departamento de Canelones hacia el Norte, en la campaña uruguaya se hablaba el idioma portugués casi tanto como el castellano; Daniel Drexler habla un lenguaje musical muy similar al de Vítor. “El Templadismo es una estética que se relaciona (como siempre sucede con el arte) con la geografía, con el lugar donde ese arte se origina, es una estética que viene por el lado del equilibrio, del no exceso, la no estridencia, que no plantea cosas demagógicas ni hace aseveraciones categóricas, usando la voz lo menos impostada y lo más natural posible.”
Parado en plena peni llanura levemente ondulada, afectado por un clima donde las temperaturas no son ni muy frías ni muy cálidas, Daniel tiende un puente entre el contexto y su arte, caracterizándolo, haciendo de esas formas leves y de esa tonalidad pastel una auténtica personalidad, una estética propia. Y por esas cosas que están en el aire, como la música, su paisaje se conectó con el de Vítor Ramil, “los uruguayos tenemos mucha ascendencia de Rio Grande, pero nos relacionamos con Brasil salteándonos esa región, la aparición de Vítor, en ese sentido, fue como encontrar el eslabón perdido, alguien que dice las mismas cosas que nosotros pero en portugués”, dice Drexler. Como provincia brasilera que fue entre 1824 y 1828, Uruguay guarda un pasado bilingüe que le da una manejo privilegiado y en simultáneo del portugués y del castellano, “nuestra capacidad de entender a Brasil y a su vez entender lo que pasa en Argentina, tiene una potencialidad muy grande, actuar concientemente en ese sentido influye en la integración de todos los aspectos, partiendo del cultural, la potencialidad que tiene ser bisagra entre esos dos mundos es infinita”, asegura el músico uruguayo.
Si bien a esta altura queda claro que no estamos hablando de un movimiento musical establecido sino más bien, de un movimiento de hecho, todo parece indicar que es hora de intentar vislumbrar a quiénes se le asoma la camiseta,
“intentar dar nombres sería como poner el carro delante de los bueyes, comparto estos conceptos con Fernando Cabrera, Ana Prada, Carlos Casacuberta, Jorge (Drexler), Vítor Ramil, Kevin Johansen”, dice Daniel, que encuentra en el Templadismo una especie de Norte creativo, un lugar donde pararse a decir lo que se tiene para decir.


UN NUEVO PAIS MUSICAL

Muchos paralelismos históricos se sincronizan en estas canciones sin bandera ni bando. La globalización de un mundo cada vez más informatizado ablanda las fronteras y hace polvo la distancia. Para Ramil, este encuentro es el resultado de los intereses artísticos y culturales de una generación que protagonizó durante la infancia y la adolescencia las dictaduras que devastaron simultáneamente a los tres países, “en esa época, movidos por el deseo de solidaridad, pasamos a escuchar más la música uruguaya y argentina en Brasil, principalmente la música de protesta” dice Ramil, que conoció en ese período la música de Merecedes Sosa, Alfredo Zitarrosa, Daniel Viglietti, Violeta Parra y Victor Jara, y esa latinidad se metió en su música.
A un lado de sus canciones desgeneradas, Kevin Johansen confiesa haberse emocionado por igual con los Redonditos de Ricota, Sumo o Soda Estéreo, así como con Caetano Veloso y Rita Lee, o Rada y Jaime Roos, “tuve la suerte de convivir un poco musicalmente con Jorge y Daniel Drexler, Paulinho Moska, Lisandro Aristimuño, León Gieco, Fernando Cabrera y el Zurdo Roizner (baterista de Vinicius de Moraes y Astor Piazolla) y la apertura es inevitable y la de Brasil para con nosotros es fundamental, significa que están menos aislados en su idioma porque han logrado una identidad muy fuerte y están más curiosos, señal, de que algo interesante está pasando más al Sur”.
La Estética del Frío o el Templadismo dan cuenta de un intercambio que dia a día se vuelve más intenso, Brasil, ese gigante que ha sido históricamente autosuficiente
elige retroalimentar su vasto territorio musical extendiéndose más allá de sus propios límites. Como si todo esto fuera poco, lo que se pone en juego además, con este punto musical tripartito es la existencia de “trazos que tornan semejantes trabajos distintos y distanciados de los tres países, su evolución está en curso y lo que sucedió hasta hoy ya es óptimo”, dice Ramil, que no sólo no duda de futuras colaboraciones, shows, discos o dvd’s sino que, además, las ve “inevitables e irresistibles”.

*Publicada en el suplemento Cultural del diaro El País de Montevideo
el 18 de Agosto de 2006.