miércoles, 2 de junio de 2010

PAN DEL RÍO

Un día con los pescadores de Montevideo

*Vista de Montevideo desde el espacio exterior de Rincón Costero, el boliche de Luis. Muy recomendable para verano.

En las calles desiertas de una mañana de otoño en el barrio Carrasco reina un silencio aplanador. Sólo se escuchan las hojas secas que pisa una veterana, la escoba de una mucama o la tijera de algún jardinero. Todo está en su lugar. Todo está tan impecable, podado y perfecto; que cuesta encontrar rastros de vida.

Cuando la calle Araucana termina, la rambla depara un cambio de dimensión. Los rústicos puestos de los pescadores esconden un mundo que no se parece en nada al “de arriba”, como le dicen ellos a la ciudad.

A un lado de la pequeña estructura comercial en la que se despacha pescado fresco, el parador “Rincón Costero” surge escaleras abajo. “Esto fue creciendo de a poco, ampliando una pequeña estructura que dejó mi padre, que obtuvo un permiso en 1954 para construir una casilla donde guardaba sus artes de pesca, evitando el traslado diario desde la casa hasta la playa”, recuerda Luis Bingola (72), hijo y nieto de italianos que practicaban la pesca artesanal en Calabria.

Luis se remonta al pasado y asegura que en la actualidad, la pesca artesanal es igual a la que practicaban los indígenas, la única diferencia es que ellos construían sus herramientas con fibras vegetales. A juzgar por su buena memoria, aquello de que el agua de la costa montevideana siempre estaba verde no es cuento. “Antes entraba más agua del océano Atlántico, trayendo camarones y mejillones, mientras que ahora predomina el agua del río de La Plata. Cuando yo era chico, iba a la playa y sobre el lado Oeste siempre había conchillas, que cargaban en camiones para hacer la arenilla de los pisos de las canchas de bochas”.

-¿Te acordás cuando aprendiste a pescar?

-Si, claro, yo tenía 8 años. Me enseñó mi padre, primero a pescar majuga, que es un pescadito chiquito, lo sacábamos con un mediomundo y a la encandilada, usando faroles a carburo para atraer al cardumen.

-¿Cuántos kilos sacás por salida?

Cuando empecé, el promedio eran 700 kilos, le vendíamos a los frigoríficos, a los feriantes. Hoy sacamos un promedio de 30 kilos, que me alcanzan para el puesto y restaurante.

-¿Cómo son los horarios de la pesca?

-Salimos de mañana y volvemos a la tarde, tirando en distintos puntos. De ese modo regresamos con la captura, eso se llama pescar con el arte en la mano. Últimamente practicamos más lo que se conoce como pesca de reposo, se instalan las artes de pesca a última hora de la tarde y al otro día de mañana se recogen.

-¿Cómo hacés para ubicar el mismo punto al día siguiente?

-Uso lo que se llama “vista de tierra”, trazo una línea directa, por ejemplo, con el Hospital de Clínicas y otra con el Hotel Bristol, y en la intersección de amabas, sé que tengo que calar.

-Si viene un temporal ¿el mar te lo cuenta de alguna manera?

-Si, la forma del agua cambia totalmente, toma un color y se encrespa de una forma especial. Es algo que no se puede explicar, como un sexto sentido, una mezcla de de cielo, mar, brisa, aromas, que hacen que lo perciba. Debe ser como lo de los animales, que presienten las catástrofes por tener otra conexión con la tierra, más afinada. Eso viene después de años de vivir en contacto con la naturaleza, conocés el bouquet de la brisa.

-¿Entonces se pueden prever las situaciones críticas?

Todo se puede prever, pero uno se la tiene que jugar. A veces el mar, sobre todo en verano, larga tempestades que son inmediatas. La veo, navego, pero me agarra en el camino. Lo primero que se siente es miedo, primero aprieta, pero tengo que saber encararlo, tener claro mi puerto, de dónde viene el viento, el motor que tengo, acomodar la embarcación y la tripulación, ver quién empalidece primero y apoyarlo. La pauta más grande de los accidentes navieros es cuando se atribula el patrón de a bordo. Cuando mi hermano y mi socio se ahogaron yo traté de preverlo, era un día hermoso como hoy, pero algo en el horizonte no me gustó y les dije que no salieran. No me hicieron caso, se rieron y allá salieron, los dos muertos.

-¿Y eso no amedrentó tu confianza, no te dio miedo?

Para nada y eso que fue violento. Sin embargo nunca perdí coraje, el día que lo pierda se que no puedo salir más. Hace unos días estuve internado para colocarme un marcapasos y lo único que extrañaba era el run run del mar, si entra el crepúsculo y no vi el mar estoy más gris. Es la parte de la naturaleza que más me gusta, el campo es lindo pero es más para meditar, el mar me hace imaginar.

¿Qué imaginás?

Veo navegar a una gaviota y surgen las preguntas ¿A dónde irá? ¿Qué estará pasando ahora en el fondo del mar? Cuando navego estoy con algo muy espiritual mío, con el rrr del motor la imaginación viene sola. Cuando suelo declararme millonario me preguntan por qué sigo pescando, y justamente ese es mi tesoro, los bolsillos vacíos pero un interior que no me lo mueven ni por orden del juez. Voy a ver venir la muerte con la calma de haber vivido estos más de 70 años como quise, se que la voy a saber encarar.



*Rincón costero


LA DAMA COSTERA

Carmen Mernies nació hace 58 años y lleva 35 al lado de Luis. Se conocieron cuando ella fue a venderle diarios viejos para envolver el pescado que se vendía fresco. Le pidió empleo y a los dos días estaba trabajando ahí. “Era el año 1976, una época difícil, las mujeres que bajaban a la costa venían a ejercer la prostitución entre los pescadores. Acá no había nada, era todo descampado, nos cubríamos del viento, del sol y del agua, con sombrillas de playa”, recuerda Carmen, que a los pocos meses se enamoró de Luis.

¿Cómo empezaste a salir a pescar con Luis?

Los pescadores son muy celosos, una mujer sola en un rancho de pescadores es para lío. Así que me dijo que lo tendría que acompañar al agua y acepté, aunque no sabía hacer nada. Me fue enseñando, me dio unas clases en tierra, “si te mareás un buche de agua salada y no mires el río, mirá el cielo”, me decía. Al otro día tempranito nos embarcamos. Y no me mareé.

¿Cómo son las personas eligen vivir de la pesca?

La mayoría de los pescadores son excluidos de la sociedad. El que baja a la costa a trabajar es porque no se adapta trabajando arriba, o porque el entorno familiar no es bueno, o porque es un solitario, la mayoría no terminó la primaria. Son muy pocos los que vienen porque les gusta, además el pescador en el agua se siente el dueño del mundo y en tierra no es nada, es un pescador.

¿Qué es lo mejor y qué lo peor de tener un compañero pescador?

Lo mejor es que vivimos con la naturaleza, en invierno somos dueños de todo, de la playa, del agua, de las rocas. Y lo peor es el machismo, en el ambiente de la pesca la mujer ocupa un lugar de apoyo, no de decisiones. Cuando la charla pone en juego decisiones, las mujeres automáticamente, sin que nadie nos diga nada, nos levantamos y nos retiramos. El hombre hace y deshace y no consulta, no pide opinión pero pide apoyo.


LA HERMANA MENOR

En el predio vecino al de los Bingola, Federico y Juan Ceriani vuelven de pescar. Paola (28), la menor de los hermanos Ceriani, cocina en el pequeño restaurante ubicado contra la playa de La Mulata. Tres cangrejos de gran tamaño que vinieron enganchados en las redes, están apoyados en el espacio exterior del parador, largando baba por la boca y moviendo sus extremidades con los últimos impulsos de vida. Paola los mira y se divierte con una escena que podría desesperar a cualquiera.

Nació en el lugar y asegura que la experiencia de pasar horas rodeados de un montón de agua y sostenidos por un pedacito de madera le cambió el carácter. “Viví situaciones de tanta adrenalina, que automáticamente empecé a valorar más la vida, a hacerme menos problemas. La pesca implica una forma de vida, por eso es difícil integrarse a otros empleos, yo intenté trabajar en un supermercado y cuando me daban una orden me quedaba mirándolos, después de sobrevivir a cosas tan extremas te sentís más fuerte, hay cosas que no tolerás”.

Los más pequeños pasan de túnica rumbo a la escuela. Cada uno de los 9 miembros de la familia se ocupa de sus tareas. En plena jornada laboral el estrés brilla por su ausencia. Abajo no hay silencio. El rumor del agua, la música de la cocina, los perros, los gatos, una oveja, olores, miradas intensas, personalidades parcas. Abajo nada está impecable, no hay orden, ni mucamas ni jardineros. A pesar de no parecerse en nada, el mundo de abajo y el mundo de arriba conviven desde hace más de medio siglo a sólo una rambla distancia.


RECUADRO: COSTA GARDEL

Primavera de 1933. En la punta rocosa de la playa La Mulata, Carlos Gardel canta a capela para un pequeño grupo de amigos que lo acompaña, entre los que se encuentra el misterioso Ricardo Bonapelch, amigo del Zorzal y sospechoso de haber mandado a matar a su suegro, José Ángel Salvo.

La escena ocurrió durante una excursión a Carrasco para conocer unos solares que Gardel quería comprar. Era un barrio casi desierto, apenas existían el Hotel Carrasco y algunos chalets rodeados de infinitos arenales.

El 31 de octubre Carlos Gardel adquirió la propiedad de tres solares con una superficie total de 1800 m2 y frente sobre la calle Pablo Podestá (1421), que casualmente por entonces se llamaba “Uno”.

Cuando El Mudo perdió la vida en 1935, la casa estaba parcialmente construida. Unos años más tarde su madre cedió los derechos de propiedad. Actualmente pertenece al Ministerio de Turismo y Deporte y desde 1995 funciona el primer Centro Nacional de Rehabilitación y Recreación Casa de Gardel.

*La foto de Gardel se puede ver en:

http://www.flickr.com/photos/mulatodelaplaya/2152268914/


*Nota publicada en la diaria del martes 1 de junio de 2010